martes, 27 de enero de 2009

VOS FUMÁ


“Los actos privados de los hombres, en cuanto no ofendan la moral pública o afecten a terceros, están reservados a Dios y exentos de la autoridad de los magistrados”. La cita corresponde al juez cortesano Enrique Petracchi y fue el ley motive que en 1986 declaró inconstitucional la tipificación previa del uso de estupefacientes.

En ese estado flotaba la cuestión del consumo en Argentina, hasta que en 1990, Menem privatizó la cosa volviéndola a penalizar.

Ahora, el gobierno nacional quiere impulsar la despenalización del consumo personal de drogas para que de este modo, el consumidor deje de ser perseguido y ya no se lo encasille en la figura de “delincuente” sino en la de “paciente”.

Para tal fin, en marzo del año pasado, el Ministro del Interior Aníbal Fernández viajó en un estado de estupefacientes, rock, fútbol y sala de ensayo a la cumbre de la ONU que se realizó en la capital austriaca de Viena. Allí, el gobierno nacional oficializó el cambio radical con respecto a la política prohibicionista made in Norteamérica, que venía sosteniendo y respetando a rajatabla en los últimos 30 años. No obstante, puertas adentro, el país se divide entre quienes están a favor de la despenalización y los que están en contra de la misma. La historia de nunca acabar.

La tipificación del consumidor como delincuente -como no podría ser de otra manera-, vino de la mano de Jorge Rafael Videla en 1978, cuando en el “fallo Colavini”, los jueces adujeron que el uso de drogas va mas allá de un mero vicio individual para convertirse, por la posibilidad de su propagación, en un riesgo social que perturba la ética colectiva. Algunos presentes y cercanos al entorno militar dijeron que luego del fallo, Jorge Rafael dijo que los que se drogaron “algo habrán hecho”. Una lastima que no haya pensado lo mismo cuando Massera se tomó dos vasos de whisky y le declaró la guerra a Gran Bretaña, algo que sin lugar a dudas dañó algo más que la ética colectiva en forma irreparable.

Es decir que en nuestro país, en la actualidad, el consumidor es virtualmente peligroso sólo por consumir. Dicho de otro modo, el faso o lo que fuere es el prólogo o la antesala de agarrar un chumbo y salir a robar. Comete esa verdura.

Bush se la come, -a la verdura- y por eso militarizó la cuestión. La joda le salió más de 500 billones de dólares y aún así no pudo parar a los narcos y al negocio del tráfico. No obstante, eso no lo llevó a considerar que su mecanismo fue erróneo. Todo lo contrario, hoy Estados Unidos sigue perfeccionando y justificando a contrapelo intervenciones territoriales y desapariciones de personas por esta causa. Algo habrán hecho.

Les dejo un dato para que lo mastiquen en sus conciencias: La producción de cannabis en el país de Bush vale más que la del trigo y maíz juntas, y Estados Unidos es un país cerealero por excelencia. Comete esa verdura.

No obstante, George no se sonrojó al afirmar e indignarse con distintos países sudamericanos por su política contra las drogas. A mediados de septiembre del año pasado aseguró que el gobierno boliviano había fracasado en sus obligaciones en la lucha contra el narcotráfico y se dio el lujo de designar a Bolivia, Venezuela y Myanmar como países que fallaron ostensiblemente en el último año en cumplir con sus obligaciones dentro del marco de los acuerdos internacionales contra las drogas.

Volviendo al eje de la cuestión, en abril del 2008 el gobierno lanzó una encuesta domiciliaria sobre el consumo de drogas que ofendió a la iglesia, la sociedad y a los consumidores en partes iguales.

La institución eclesiástica puso el grito en el cielo y tildó a la medida como un despropósito porque contenía algunas preguntas “capciosas” entre las cuales se destacan: ¿Consume pasta base, marihuana o cocaína? ¿Ha sentido un deseo tan grande de fumar marihuana que no pudo pensar en nada más? ¿Lo ha hecho a pesar de que no tenía intención? ¿Ha notado que la misma cantidad tiene menos efectos que antes?

A la plebe, en cambio, le ofendió que a la encuesta la haya realizado el INDEC, ya que se especula que la inflación también sea dibujada sobre la marihuana; y a los consumidores les molestó que se obviaran preguntas necesarias como por ejemplo ¿Con qué bajonea luego de fumar? Ya que tamaña omisión los deja desprotegidos post acto y los hace dudar de la posible contención social que quiere brindarles el gobierno. Se sabe: panza llena, corazón contento.

Sea como sea, y a diferencia de lo que conservadores y religiones creen, la sustancia que mayor efecto criminógeno genera es el alcohol. Así lo demuestran la gran cantidad de accidentes viales y violencia doméstica.

Scioli parece no estar de acuerdo con la medida, ya que según el gobernador de la provincia de Buenos Aires cuando se encuentra a alguien con tenencia de drogas no se puede diferenciar si las va a usar como simple consumo personal, si estamos frente a un adicto a recuperar o si va a ser el motor para que cometa cualquier crimen como matar, robar o violar. En esta misma línea de pensamiento, parece estar la ex primera dama y actual senadora nacional por el PJ, Hilda “Chiche” Duhalde, cuando asegura que el consumo quita las inhibiciones y facilita hechos delictivos como los crímenes y hasta los descuartizamientos.

Habría que preguntarse que pasaría si esos pibes no se murieran de hambre y no tendrían que robar para comer. Además el consumo creció considerablemente en aquellos sectores que no se privan de tener las mejores zapatillas, la educación mejor paga y asistir a los boliches mas caros.

Un claro ejemplo de ello, es el aumento del uso de las llamadas drogas de diseño, como el éxtasis y el cristal. Un informe dado a conocer por la oficina de la ONU para las Drogas y el Delito (Onudc) asegura que el consumo mundial de estos estupefacientes ya supera al de la cocaína y la heroína juntos.

En total, la producción mundial por año de estas sustancias es de 500 toneladas y mueve alrededor de 65.000 millones de dólares. En nuestro país alcanza los 5 millones de pesos al mes. La olla se destapó con el triple crimen de General Rodríguez que delató la falta de controles por parte del Estado sobre los peces gordos de la efedrina; aunque en el mundial de Estados Unidos 94 cuando le cortaron las piernas a Diego, se pudo vislumbrar un presagio del flagelo que a posteriori iba a estallar.

Tanto se ha incrementado el negocio de los anfetamínicos que por la Cámara de Diputados de la Provincia ya circula un proyecto de ley presentado por la diputada provincial por la UCR, Cecilia Moreau, que obligaría a los boliches, en lugares cerrados y abiertos, a disponer de dispenser de agua. La iniciativa no tiene como objetivo combatir el tráfico de estas sustancias, pero si cuidar la salud de los que acceden a ellas previniendo la deshidratación de los jóvenes y de paso evitar que los propietarios hagan negocio con la venta del H2o.

Ahora que lo pienso bien, este Cherasny no era tan malo, era un progre liberal de verdad cuando afirmaba que: “a los jóvenes sexo, porro, alcohol y rock and roll”, aunque medio nazi en eso de darle palos a los motochorros.

Sólo por si hace falta aclarar el tema y para sacar algunas consideraciones finales, la ley en nuestro país condena con el mismo peso a aquel que se fuma un porro en una plaza o donde sea, que a un narcotraficante que se enriquece a costillas del negocio ilegal. Éste es el único caso nacional donde la ley es igual para todos.

La constitución es el dealer de la inconstitucionalidad. De este modo nuestra justicia, aparte de ser lenta pierde tiempo buscando un castigo para alguien que deliberadamente se fuma un faso en una esquina o se aspira un gramo de merca en el baño de un bar, mientras los peces gordos reproducen a diestra y siniestra la feria de La Salada a nivel estupefaciente.

Además, según un informe de la Unidad Fiscal de Drogas: el Estado gasta al menos 5.000 pesos cada vez que procesa a una persona que se lo encontró -in fraganti- fumando, y al menos el 80 por ciento de los recursos se depositan hoy en causas judiciales sin sentido, como aquella que se le inició a Calamaro cuando en un recital en la ciudad de La Plata esbozó el famoso “que linda noche para fumarse un porrito”, y el peso de la apología le cayó sobre su espalda.

Para sintetizar la cuestión, nada mejor que las palabras de Keith Richards cuando afirmaba “Nunca tuve problemas con la drogas. Sólo con la policía”.

viernes, 16 de enero de 2009

LAS MALAS PALABRAS




Hay palabras con las cuales no puedo convivir. Las escucho y generan en mí, la misma sensibilidad en los dientes que oír el ruido que provocan dos bloques de tergopol frotándose uno con otro: me irritan. Y tan solo basta pensar en ellas, para que un súbito escalofrío recorra a velocidad luz el diámetro de mi tórax.

Es más fuerte que yo, las leo y experimento la vieja sensación vivida por Carlos Alberto García Lange, cuando a los cuatro años de edad escuchó que la guitarra del maestro Eduardo Falú, tenía una cuerda desafinada que perturbaba sus orejas, y descubrió –para sorpresa de propios y ajenos- que tenía oído absoluto. La nota que desafinaba era La. Las palabras que no puedo tolerar dentro de un texto son: prisionera, hechicera y todos sus derivados. Me parecen propias de una letra inspirada en una canción del grupo mejicano Maná y en consecuencia, me empalagan y me dejan zumbando los oídos.

Hay una cuestión de fondo, no obstante, que merece ser desentramada y que surge como causa y efecto de la importación de grupos y solistas que desde América Central invaden el mercado nacional y llenan estadios de futbol, auspiciados bajo la marca de cualquier telefonía celular y la exclusividad para algún canal de aire o cualquier incordiosa FM porteña de hits latinoamericanos.

Es otra de las catástrofes que luego del hambre, la pobreza, la desocupación, la polarización de la riqueza y la explotación del hombre por el hombre nos aportó la globalización. Cuando el gen europeo se entrometió en América Latina nos dejó la matanza indiscriminada de los indios nativos que poblaban este suelo, la esclavitud, millones de pestes, lepra, enfermedades venéreas y hasta caries. Hoy, los efectos póstumos de la guerra fría nos dicen que a todo lo anterior, se le suma la insoportable carga emocional de tener que saber que por el resto de nuestras vidas, vamos a tener que soportar a Chayanne, Arjona y Juanes, entre otras miasmas.

La Proclama insurreccional de la Junta Tuitiva en la ciudad de La Paz del 16 de Julio de 1809 citada por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, persiste en el siglo XXI con tanta o más fuerza que ayer: “Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez”.
En efecto, presenciamos la banalización de la cultura y la domesticación de nuestros oídos, cuyo signo más frecuente y evidente es la impostergable necesidad de convivir con el televisor de fondo postrado en Muchmusic o el tarareo inconsciente de algún estribillo nefasto. Eso, claro está, hasta la hora que llegue Bailando por un Sueño o El Muro de Marley.

Estamos frente al apocalipsis del rock con un sentido y una dirección. Atrás quedaron las discusiones entre Los redonditos de Ricota y Soda Stereo, en cuanto a la forma de encarar las letras en la construcción de una cultura rock que se encontraba frente a la reapertura democrática, atrás quedó Gieco huyendo despavorido de la persecución militar, atrás quedó la acidez de Solari y Charly se está recuperando en la quinta de Palito Ortega en Lujan.

Pero para juzgar, es necesario que tengamos un acercamiento más acorde a nuestro objeto de estudio. Elegí hoy, por ejemplo, una letra al azar de Ricardo Arjona y me propuse llevar adelante un pseudo análisis de su discurso. La canción se llama “De vez en mes”. Observemos:

“De vez en mes con tu acuarela,
Pintas jirones de ciruelas,
Que van a dar hasta el colchón”
La letra más adelante continúa de esta forma:
“De vez en mes un detergente,
Se roba el arte intermitente,
De tu vientre y su creación”


El autor apela al ciclo menstrual femenino con un coctel peligroso de sustantivos y sintagmas bastante particular. Sabido es que el 90 % del publico de Arjona se construye del sexo femenino y del 10 % restante, un 7% son hombres en vías de declaración hacia alguna mujer o con ganas de; y el 3% que sobra se reparten entre homosexuales y bisexuales. No me juzguen, soy tan creíble como el Indec.

Ahora bien, tamaña conjugación de palabras me parece un exceso de melosidad por demás empalagante del cual, hasta la más feminista de todas sus groupies debería repudiar. La mayoría del sexo femenino está creído que cualquier estrofa de Arjona es una epopeya de artilugios prismáticos incomparables, que reivindican la figura de la mujer. Ricardo lo sabe muy bien y en consecuencia explota su morfología y con ella, su impunidad. Mujeres: les están tomando el pelo. Es necesario ponerle un freno a todo esto porque no se sabe hasta donde, este tipo de personas pueden llegar en un futuro.

Pasemos a algo menos implícito pero igualmente horroroso. El ejemplo de Mana es imperdible:

“¡Ay! Qué bonitos ojos,
¡Ay! Qué bonita boca,
Es una hechicera
Una seductora
Es una hechicera
Una seductora
¡Ay! Qué bonitos ojos
¡Ay! Qué bonita boca
¡Ay! Soy su prisionero
Y me reviento en deseo”.

Los mejicanos, en cambio, emplean al abuso de la onomatopeya y a la incesante repetición de las palabras “seductora”, “hechicera” y “prisionero” y ya está: ahí sale despedido el hit.
Acerca de esto, solo tengo para decir que cualquier puto parecido con Pomelo, el personaje estrella de rock que Capusotto encarna en su programa, es mera coincidencia. Comentarios huelgan. Hay veces en las que es mejor no decir nada y otras en la que ya no hay más nada para decir. Creo estar frente a ese tipo de situación. Al igual que la Jelinek, lo dejo a tu criterio.

Resignado, volví a olfatear una serie de libros apilados que tengo en la pieza y para fortuna y sosiego de mi mente, encontré un libro de poesías de Bukowsky que devoré en minutos. A propósito de ello, me pareció interesante citar una de ellas. Se titula “Confesión”:

Esperando la muerte,
Como un gato
que va a saltar sobre
la cama.
Me da tanta pena mi mujer.
Ella verá este cuerpo
blanco, rígido.
Lo zarandeará una vez,
Y luego quizás otra:
Hank!
Hank no responderá.
No es mi muerte lo que
me preocupa, es mi mujer
que se quedará con este
montón de nada.
Quiero que sepa,
sin embargo,
que todas las noches
que he dormido a su lado,
incluso las discusiones
más inútiles.
Siempre fueron
algo espléndido.
Y esas difíciles
Palabras
Que siempre temí
decir,
Pueden decirse
ahora:
Te amo.


Bukowsky nunca llevó una vida ordenada, nunca encabezó ningún recital o conferencia bajo la exclusividad de algún canal o la promoción de alguna compañía de teléfono celular. Nunca se peinó, nunca se arregló. Fue alcohólico y drogadicto. Se levantó mil veces hecho un asco, nunca supo de horarios y gimnasio, nunca obedeció ninguna regla y además nunca le escribió a la menstruación. Con una lata de cerveza, en diez minutos podía decir lo mismo que Arjona y Mana nos dicen en toda su discografía.

Tarde en la noche, hacía zapping y encontré en Crónica –sí, en Crónica- una conferencia de lingüistas de hace algunos años atrás. Entre una serie de exponentes, estaba el negro Fontanarrosa, quien casualmente al momento de mi exploración televisiva detentaba la palabra. Fontanarrosa pedía una amnistía para las malas palabras y exigía una redefinición de todas aquellas palabras que hasta ese momento se rotulaban como malas. Luego de su exposición, el plenario quedó a sus pies.

Caí en la conclusión de que el negro salió bien parado otra vez. Entonces, obnubilado por la capacidad de exposición de Roberto, me doy cuenta que una leve sonrisa se dibuja en mi cara y que hace cierto lapso de tiempo que no parpadeo. Es eso, me digo. Fontanarrosa tiene razón. Ojala vuelvan los escritores como él y Bukowsky, los escritores sin horarios, sin gimnasio, bocones, despreocupados, caraduras. No esta manga de abstractos que se panfletean en la FM 100, Hit o Disney, promoviendo la liturgia de la banalidad y esperando que la masa abarrote las góndolas de Musimundo comprando su última pedorrada.

Esos escritores al igual que Luca, se iba a tomar una ginebra con gente despierta o cenaba en la mesa de los galanes. Imagino el paraíso como una gran mesa de bar, en la que personajes de este vuelo intelectual y capacidad de observación se hagan cargo de las conferencias de lingüística y llenen las tapas de los diarios. Lo demás puede esperar.

sábado, 3 de enero de 2009

ESCRIBA, URIARTE, ESCRIBA

Necesito de estos estados, no hay duda. Para escribir, digo, necesito de estos estados. Aquellos que experimento cuando siento que las cosas que mantenían un status quo lineal, sufren lo que Isaac Newton definió como ley de gravedad.

No sé que es. Si un refugio, una seguridad, una manía, una puta costumbre o una fetiche canalización. No sé, ni me importa. Me hace bien o al menos eso creo. Porque ahora que empiezo a escribir y vomito todo de repente, noto cierta anestesia mental que me permite dar una amnistía a todas las cosas que me atormentan y me invaden el marote, generando en mí, un brote psíquico con rasgos paranoicos y esquizofrénicos de los cuales con seguridad quiero huir, pero no sé si puedo. Al menos sé que escribo, aunque no sepa bien qué, tengo una certeza: es terapéutico. Mi vecina hace yoga, mi vieja teje, yo escribo.

Para Chuck Palahniuk, la escritura es un acto solitario, lo contrario a lo que su sociedad llama el “sueño americano”. Es dejar que suene el teléfono, que se acumulen los e-mails, hasta que se llegue al límite de la tristeza y en efecto, nos veamos obligados a volver al mundo exterior a relacionarnos con la gente. Creo que en cierta forma me pasa lo mismo. Cuando escribo necesito soledad, necesito aislarme de toda la mierda y ante cualquier eventualidad que me perturbe, reacciono como un rottweiler que presiente que su comida está siendo amenazada por alguien ajeno a su entorno. Me desconozco.

Hoy, por ejemplo, me pasa algo bastante particular: acabo de caer en la cuenta de que estoy luchando por una causa perdida, y en efecto, estoy sufriendo el golpe shockeante que me hace besar la lona y me sitúa en una realidad que tanto presentí que pasaría y de hecho está pasando. Así, en gerundio, sin pretéritos perfectos o futuros inmediatos, está pasando, ahora, mientras escribo y liquido el último vaso de whisky. Sino, ¿Qué otra causa me puede estar reteniendo a permanecer hasta las cuatro de la mañana frente a un monitor en la madrugada de un domingo con tantos bares abiertos? Absolutamente nada. O mejor dicho, solamente esto que siento y que se está materializando en esto que escribo y que no sé en que mutación puede derivar.

Al igual que Descartes, en estas situaciones me propongo evitar la precipitación y al mismo tiempo, actuar con cautela. Pienso, luego existo, porque creo estar ante una verdad y porque sobre todas las cosas necesito distinguir en lugar de ver, para que mis sentidos propensos al engaño por argumentos flojos, no caigan en el subjetivo error de creer que estoy por tomar una decisión equivocada ante abominable panorama invasivo. Es cuestión de tiempo, pienso, y ahora sí, soy yo el que se vuelca famélico a escribir porque es la anestesia que me impongo cuando estoy atormentado de sentidos, que al igual que los géneros nunca suspenden sus mutaciones y me miran con cara de póker, mordiéndose la lengua, mientras esperan pacientes que caiga rendido a sus pies. Esta vez, no me verán arrodillado. Escribo, luego existo.

A Rafael Cippolini, un ensayista full time, activista patafísico, kamishibaísta y curador intermitente, que hace poco volvió a irrumpir en la escena con “Contagiosa Paranoia”, el otro día le leí una declaración en una revista cultural de un diario muy conocido, con la cual también me sentí identificado. La cita era la siguiente: “Cuando vos estás escribiendo un ensayo estas investigando qué te pasa con algo a vos. Hay una exploración personal cruzada con una hipótesis”. Luego de eso, no puede evitar pensar que Cippolini me había leído la mente. Porque incluso ahora, estoy escribiendo para develar eso que me pasa o al menos tejer conjeturas que me lleven a buen puerto.

Pensando en la impostergable sensación de tener que afrontar aquello que nunca quise. Tirado en el sofá de casa con una manta y la mirada clavada en el techo, caí en la cuenta de que hay momentos en los que no me soporto a mí mismo. Que el ser humano ante las situaciones de peligro y paranoia se reinventa forzando su exigencia, que desde hace un tiempo me levanto por las mañanas y experimento la misma sensación que Gregorio Samsa en “la Metamorfosis” de Kafka. Que ya no soy yo y que me esperan una chorrera de días nublados.

Sólo a modo de conclusión, antes que la nebulosa eclipse la verborragia y entienda que esta nota tiene futuro de autodestrucción en algunos minutos más, y también, -¿por qué no?- como colación de todo lo anterior, quisiera manifestar una última cosa: ayer leía dos cuentos de dos escritores que me fascinan y que creo, son de lo mejor que he leído. Uno de ellos se llama “Los pocillos” de Mario Benedetti, el otro es “Carta a una señorita en Paris” de Julio Cortazar. El día que las cosas que creía estables comiencen a sufrir lo que Newton definió como ley de gravedad y el sentimiento primero opresivo en el pecho y luego atormentante en la mente me lleve a escribir algo similar, me sentiré realizado en la vida. Supongo, que al igual que Neruda, confesaré que he vivido y sólo para parafrasear a Freud diré lo mismo que dijo cuando termino de escribir “La interpretación de los sueños”: “a partir de ahora sólo me queda dedicarme a envejecer y a morir”.

Por el momento me quedo así, inmóvil como el naufrago de Hanks sin el señor Wilson, pero en mi sofá. Disfrutando la tormenta.