jueves, 28 de agosto de 2008

LA ESPERA


“La espera es un abuso de conciencia para el que espera porque sabe que está esperando y no puede evitar asumir el rol del ausente, imaginando diálogos que nunca se producirán, porque el fastidio de la espera hace evidente que el ausente es posible sólo si lo esperan”.

Adolfo Castello.

La vida es una sucesión de instantes encasillados en la eterna atmósfera de la espera, una de las actividades que con más frecuencias suele realizar el ser humano a lo largo de su vida. Hay tres actos que son involuntarios y exceden al hombre; el primero es respirar, el segundo es esperar, el tercero es ver Futbol de Primera.

Es inevitable. Uno espera para nacer y espera para morir, espera para tomar un taxi, para sacar una entrada o conectarse a Internet. Incluso yo, estoy escribiendo esto para matar el antipático tiempo que me separa de eso que estoy esperando, pero que no sé cuanto mas tendré que esperar para dejar de esperar eso que espero y pasar a esperar otra cosa.

La espera es el fino arte de separar al hombre de la paciencia, la mejor forma de engordar y el principal ley motive de los embarazos en el siglo XXI. Cazate esta Borges, no sólo los espejos y las copulas son abominables, la espera también lo es, porque al igual que los otras dos cosas, reproduce el número de las personas. Retractate.

Pero la espera, no es un simple estado asexual que experimenta el ser humano. Es algo más complejo. Es un organismo pluricelular con sistema nervioso y motricidad propia, que tiene la capacidad de meterse por donde sea en la conciencia de los hombres, perturbando su estado de tranquilidad hasta hacerlo enloquecer de desasosiego o sumergirlo en una dieta de ansiolíticos.

Sea como sea, esperar no es para cualquiera. Hay que estar preparado mentalmente para soportar la aburrida parodia del lapso de una espera. De otra forma, ¿cómo se explica que tengan tanto éxito los chicles y el Rivotril?

Nos cuesta asumir el rol de lo ausente que es posible sólo si lo esperamos o si dependemos de los ansiolíticos. Caso contrario, dejaríamos de esperar eso que dejó de ser ausente para empezar a esperar otra cosa que ocupe ese rol, aunque seguiríamos teniendo la boca pastosa de los ansiolíticos, y en consecuencia, esperaríamos la llegada de otro vicio que se ubique en la jerarquía que a esta altura profanó el Rivotril.

Desde el vuelto del kiosco, hasta un “te quiero”. Todo debe pasar por el peaje de la espera. ¿Cuánto tiempo de nuestras vidas perdemos esperando? ¿Cuántas decisiones estúpidas tomamos mientras esperamos? ¿Cuántas acertadas? ¿Quién nos espera? ¿Qué cosas en nuestras vidas vamos a morir esperando que lleguen? ¿Cuáles no? ¿Qué estas esperando en este preciso instante?

La espera debe ser tema de agenda en la próxima cumbre de la Naciones Unidas. Es una falta de respeto que problemas de esta envergadura y que afectan a millones de personas en común, ni siquiera sean tenidos en cuenta por los principales hombres que rigen los destinos políticos y sociales de la humanidad. Merece la misma importancia que otras cuestiones que ya se han tratado, como la escasez de agua o el terrorismo de Estado. Se necesita con suma urgencia la invención de la teletransportación y el detector de cosas que se esperan en vano, para poder invertir el tiempo en la espera de cosas más palpables.

Por otra parte, ni el capitalismo ni la biblia nos han dado la fórmula para afrontar la espera, y ambiguamente no les tembló el pulso para alimentar la burocracia: el principal desdoblamiento esquizofrénico de la espera y a través del cual se le suele jugar bromas muy pesadas al hombre medio, que está solo y espera. Pregúntenle a Scalabrini Ortiz, o si no, intenten pagar la boleta de luz en el Banco Provincia un viernes a las 11 de la mañana.

Es la causa de la superlatividad de la imaginación, la taza de café vacía, la esperanza de aguardar por lo imposible, la impostura por el mensaje que no se recibe, el teléfono que no suena, la puerta del bar que no se abre, la novedad que nunca sale en el diario. Es la seña de Villari a sus asesinos antes que cometan el crimen, la espalda de cara a sus ejecutores, el instante que se permite y le permiten, la espera de la bala que va a atravesar su cuerpo. La magia en la que estaba, antes de que lo borre la descarga.

Luca Prodan lo sufrió, no sabía lo que quería pero lo quería ya. No soportaba la espera. Quizás acá, tengamos la respuesta de su adicción a la heroína y la ginebra. No lo sabremos. Al menos, le pudo escapar a los ansiolíticos.

Ahora bien, si yo no esperara eso que espero para pasar a esperar otra cosa que nunca va a llegar o que en el mejor de los casos va a saciar mi conciencia por unos instantes, hasta que mi famélica ansiedad de esperar vuelva a atormentar mis sentidos: ¿Qué clase de finalidad tiene nuestro paso por la tierra?

Ahora que lo pienso bien y empiezo a redefinir mi estirpe: Es quizás el rol que ocupa lo ausente lo que le da sentido a la existencia de los que vivimos soportando la espera de lo inesperado. Espero que así sea.