miércoles, 23 de diciembre de 2009

CORRESPONDENCIA NAVIDEÑA


Bueno, para ser sincero me deprimen las fiestas. Bien podría yo, poner acá algun anuncio pelotudo que contenga algunas de esas frases de shopping como "Felices fiestas y próspero año nuevo". Pero no. No me seduce la cortesía.

Así que aprovecho la ocasión para hacer publica la carta que nunca envié a mis ex jefes. Y para suponer que con esta correspondencia termina la trilogía que comencé con dos ensayos anteriores: "Theres a place" y "Casas, Burton y Edward Bloom".

Debo confesar que me vinieron unas súbitas ganas de repetir una frase maradoneana de moda en los últimos tiempos. Pero prefiero que lo que se publica a continuación diga lo mismo, desde otra persepctiva y con otros mecanismos. No sé, me salió postear esto. ¿Cuál es?

Ah, me olvidaba... felices fiestas y próspero año nuevo. Si lo sé, me contradije. ¿Cuál es? Que la disfruten... Son de esas cosas que uno escribe y se siente liberado... pero liberado, liberado eh...

Nota: Mamá.. vos no la leas porque sé que te vas a agarrar la cabeza y repetirte que el que escribe no es tu hijo. Pero sí, lo soy.

A nuestros jefes:

Antes que nada y después que todo, quería agradecer. Por varias cosas. En principio, porque poder formar parte de este trabajo me ayudo a comprender y darme cuenta de un montón de cosas. Una de ellas, y supongo la más importante, de lo que quería para mi vida. También, porque gracias a este laburo pude conocer gente indispensable e invisible. "En la cultura de la exposición, la invisibilidad es un don", dijo Casas. Y trabajar en Gobernación es eso. Ser parte de la cultura de la exposición. Así que me quedo con las cosas invisibles y esenciales a los ojos. Pero no por eso, quería dejar pasar la oportunidad de hacerle llegar a los jerarcas (Alejandro, David y Eugenia), las razones de mi dimisión -que ya he manifestado oportunamente frente a Eugenia- pero que no sé si fueron acercadas en tiempo y forma-. Y como la mecánica del trabajo por el cual atravesé, me enseñó que cuando mando una gacetilla tengo que asegurarme que llegó, quería aplicar el mismo principio con mis argumentos.

En primer lugar, para ser sincero con mi orgullo, me fui para no darles el gusto de echarme. Los segundos o terceros lugares de argumentos, creo que pueden acomodarse al antojo de cada uno. El orden de los factores no altera el producto. Por ende, voy a seguir con el primero que se me venga a la cabeza. Así que acá voy:

Creo que se confunde predisposición y compromiso con/para el trabajo con capacidad de soportar un flagelo. Es decir: no cobrar. Y eso, son dos cosas totalmente distintas e inconfundibles. Tanto Eugenia, como Alejandro y David lo saben mejor que nadie. No tienen ningún machucon cognoscitivo que les permitan relacionar ambas definiciones, entre otras cosas, porque ambas son el agua y el aceite. Por otra parte, me surgió la siguiente pregunta: ¿Cómo alguien que no paga a término se atreve a poner en sus labios el concepto "predisposición al trabajo" cuando a la gente que trabaja para ellos, siempre se les adeudó meses de sueldo? ¿Acaso no hay mayor muestra de predisposición al trabajo que ir a trabajar sin cobrar? Recuerdo que cobramos ENERO en ABRIL. Un jet lag salarial importante, si se tiene en cuenta que para vivir se necesita plata. Esa que no dan a término por el trabajo que si se hace en término y en forma. Por cierto, aun se nos adeuda Septiembre y Octubre.

Después, hay demasiada altanería y exigencias que no están en condiciones de hacer (por más que sean jefes). Por la misma razón que la anterior. Nos deben. Desde lo personal, no me daría la cara para hablar cuando se está en esa condición. Como jefes que son, también tienen que preocuparse por el estado económico y las consecuentes necesidades de la gente que trabaja para ustedes, porque ustedes sin nosotros no son nada. Y continuamente, ustedes se vivieron olvidando de eso. Con intención, claro está.

Parrafo aparte merece el señor David Kempner. Una lástima que no haya tenido la misma altura que demostró tener en las reuniones de trabajo, cuando por aquella mañana de enero, lo llamó Fernando Peña y lo sacó al aire de La Metro. Lo noté un poco tartamudo. Quizás de chico tuvo alguna falencia fonoaudiológica, pero son meras especulaciones. No lo percibí así, cuando a un numeroso grupo de trabajadores, se atrevió a ningunear una reunión donde se pidió explicaciones por el retraso en los cobros del sueldo. Explicación que gambeteó con alguna incorcorndancia de "atribuciones de generalidad" para un encuentro que tenía como objetivo otra cosa. A su favor, tienen la suerte que los que trabajamos (o trabajaban) ahí, nunca estuvimos unidos en la toma de una medida de fuerza, que generalmente es lo común cuando suceden estos casos. No juzgo a nadie de mis compañeros, porque cada realidad es distinta y las formas de pensar son diversas, pero ellos -a diferencia de ustedes- no juegan con ninguna necesidad. Ustedes si.

Agradezco a mi sentido común, la puntualidad necesaria para darme cuenta de que no estoy dejando un trabajo, sino algo más, un conjunto de valores que -desgraciadamente- muestran las peores de las mediocridades argentas y las bastardización del periodismo como arte. A saber: La hipocresía, la falsedad y la obsecuencia del piropo. Me voy tranquilo porque no me traicioné y no necesité esconder bajo ningún pretexto la caradurez que sobra -y los huevos que faltan- para decir las cosas de frente - ni siquiera el del metafísico "sistema perverso de contratación" (esgrimido por nuestros jefes en más de una oportunidad)- o el inaudito "La culpa es de la Facultad que no realiza los tramites a tiempo para que ustedes puedan cobrar".

Asimismo, lamento que otros compañeros -por necesidades económicas o por las que fueran- no puedan hacer lo mismo que yo.

Seguramente, a partir del próximo segundo, seré declarado persona no grata y ejemplo a no seguir, para los que habitan el ecosistema de Prensa en Gobernación. También se me privará de una futura recomendación laboral para emigrar a otro lado. Me chupa un huevo. Nada de lo que digan, va a cambiar la imagen que la gente que me quiere y conoce, tiene de mí. Dudo que las personas que hasta el sábado jugaron con mis necesidades (y juegan y jugaron con las de mis compañeros), puedan decir lo mismo de los suyos.

No mandé ni publiqué la carta antes porque sentía que me faltaba una palabra que los pueda aglomerar y definir conforme a la imagen que me llevó de ustedes.Y de repente, hoy tomando mate y en las proximidades de las fiestas, la misma vino como por arte de magia a mi cabeza. No es la gran cosa, son sólo 6 letras que si se las ordena de forma correcta dice algo mas o menos así: GARCAS

Buen Provecho.

Nuevamente gracias.

Atte: Germán Uriarte

martes, 15 de diciembre de 2009

NO LO SOPORTO

¿Por qué siempre que voy al supermercado la señora que me antecede en la cola experimenta el impostergable deber moral de abonarle a la cajera con el cambio exacto?

lunes, 7 de diciembre de 2009

LOS PARANOICOS


Año de realización: 2008
Dirección: Gabriel Medina.
Guión: Nicolás Gueilburt y Gabriel Medina.
Producción:
Sebastián Aloi.
Intérpretes: Daniel Hendler, Jazmín Stuart, Martín Feldman, Walter Jakob, Verónica Perdomo y Miguel Dedovich.
Fotografía: Lucio Bonelli.
Música:
Guillermo Guareschi.

Muchas personas podrían haber interpretado a Luciano Gauna, pero Daniel Hendler es sin lugar a dudas el primer acierto de Gabriel Medina, que encuentra en el protagonista a alguien ideal para llevar adelante al personaje motor de Los Paranoicos: un adolescente tardío, solitario, introspectivo y de continuas procesiones internas, que se gana la vida animando fiestas infantiles mientras invierte el tiempo que le sobra en tratar de terminar el guión para su primera película.

Un sorpresivo viaje de regreso por unos días, trae la aparición de un viejo amigo suyo, Manuel, interpretado por Walter Jakob, que vuelve a Argentina junto a su novia Sofia (Jazmin Stuart), con el objetivo de lograr producir acá, el éxito que lo hizo famoso en España, la serie “Los Paranoicos”. Hasta ahí, la trama: dos jóvenes amigos que comparten una misma vocación con diferentes resultados: unos es exitosos, el otro no.

A ellos tres, se le pueden sumar Sherman, otro amigo de la infancia del grupo, de apariciones intermitentes y accidentadas, un portero fastidiable y colérico, el dueño de un supermercado chino y un guionista consagrado con el cual Gauna se identifica, pero no se termina de relacionar.

Esas no terminaciones del personaje de Hendler atraviesan todo el film y en ocasiones pecan de redundantes. Pero lo que se puede llegar a señalar como un error, termina siendo muy bien disimulado por el actor, que monta una personalidad perecida a la ya interpretada en El Abrazo Partido, aunque en esta oportunidad con mayor fuerza, quizás por ser este, el ley motive en el cual se basa la película y no el barrio de Once donde se apoya el film de Burman.

Como sea, Los Paranoicos tiene momentos impagables. Sólo para nombrar algunos, la escena donde Gauman se encierra para interpretar a un rock star cantando un tema de Todos tus Muertos o la pelea verbal –y no tanto- con el chino dueño del supermercado, mas buenos climas de tensión como la cena del reencuentro entre Manuel, Sofía, una azafata y él -o los- primeros planos logrados en la toma donde Hendler y Jakob pelean en un videojuego de box.

En el medio: disputas de amor, de reconocimiento, de jerarquías, inestabilidad y cobardías. Dos formas de abarcar al mundo que colisionan bajo un mismo techo. De fondo: buena musicalización, con apuestas a bandas como El Mató a un Policía Motorizado, Farmacia, Hamacas al Río y Doris y un homenaje a Bioy Casares

La primera obra prima de Gabriel Medina que cambia de piel y deja de ser el asistente de realizadores como Damián Szifrón o Martín Rejtman, y cierra así, su primera salida a la superficie que le garantiza una buena bocanada de aire para volver a sumergirse y producir. Hasta entonces.

martes, 1 de diciembre de 2009

YO TE PREFIERO ASÍ


Quién nos quita lo bailado.

Salud por eso.

jueves, 26 de noviembre de 2009

MORA CORIA


Este blog para sus rotativas para presentar en sociedad la nueva obra de my friend Ezequiel, titulada Mora. Llegó a esta dimensión el pasado viernes 20, con un peso de 3.800 gramos.

Así que, entre tantas aberraciones diarias, vale la pena resaltar la llegada de vida por estas latitudes.

Dear Mora, en nombre de los que habitamos este mundo te pido disculpas por el estado de las cosas, el avanzado efecto invernadero y por Tinelli. Be careful y ten paciencia -con tu viejo, sobre todo-.

Chiste, Ezequiel.

Se aprovecha la ocasión para saludar a una madre con todas las letras, Camila, a quien vi el día del parto y la noté levemente hinchada. También, a su padrino Ignacio, a quien vi el mismo día y lo noté excesivamente borracho.

Sean felices, coman perdices y cuenten con quien escribe para lo que necesiten (en ese orden, por favor)

Nota: El acontecimiento me hizo replantear la posibilidad de tener un hijo, pero la descarté al instante.

El autor.

jueves, 19 de noviembre de 2009

CASAS CON DIEZ PINOS


Hace tiempo que quería entrevistar a Fabián Casas. Lo descubrí a mediados del año pasado, cuando leí su última criatura “Ensayos Bonsái”. El tipo me dio vuelta la cabeza y desde ahí me hice fanático de todo lo que drena. Una especie de Mark Chapman reprimiendo su instinto asesino. Después leí “Ocio” seguido de “Los veteranos del pánico”, “Oda” y “El Salmón”. Tengo una cuenta pendiente con “Los Lemmings” cuya edición se agotó y aun no he podido rastrear. Lo cierto es que no podía encontrarlo por ninguna parte, no tenía su mail y él no usa celular. La nota –por ende- empezó a formar parte de esa lista de cosas que uno quiere llevar a cabo en su vida, pero no sabe cuando.

La suerte cambió una noche en la que el destino hizo que me lo cruzara en el hall del teatro Gran Rex, en la antesala del concierto que dio Ricky Lee Jones. Yo estaba con Ignacio y mientras el saludaba a un escritor cuyo nombre no recuerdo, a mi me pareció ver a alguien muy parecido a Casas y comencé a salirme de la vaina por averiguar si mi apreciación era correcta. Me fui al humo. Mientras le hablaba, el tipo fruncía las cejas y debo reconocer que por momentos, internamente escatimé con la posibilidad de que me mandara a la mierda o me dijera “no soy el que buscas”.

No fue así, me dio su mail y acordamos hacerla a la vuelta de su estadía por Córdoba, donde había ido a dar una clínica de poesía. Salió algo que dice más o menos así…

Siempre estoy buscando la voz extraña

Sobre una mesa pegada contra una pared, en un bar de Puerto Madero, detrás de unos anteojos de marco grueso, hay un hombre que pestanea, que sorbe café, se lleva la mano al mentón y se inclina hacia atrás para responder. El hombre habla rápido y se llama Fabián Casas. Está contando una experiencia lejana en el tiempo, una anécdota que hace achinar los ojos y que derivó de alguna bifurcación sobre una pregunta que buscaba averiguar que epitafio pondría en su tumba.

“No tengo ni dinero ni recursos ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, pensaba que era un artista, ya no lo pienso, yo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. No hay más libros que escribir.¿Entonces esto qué es? No es un libro. Es un líbelo, una difamación. Es un prolongado insulto, en escupitajo arrojado a la cara del arte, un puntapié en el culo de Dios, del hombre, del destino, del tiempo, del amor, de la belleza…” lo dijo Casas, de memoria, sin embargo esas palabras no le pertenecen -al menos en el sentido estricto de autoría-, se las tomó prestadas al Miller de Trópico de Cáncer, la voz extraña que le dictaba poemas a Rimbaud.

Tampoco es su epitafio, esas son cosas que se van a desarrollar en su debido tiempo o cuando la nota lo exija, antes se había empezado a hablar sobre los géneros, sobre su prosa y sobre los diversos análisis que se pueden hacer de ella.

¿Sos conciente que podés estar creando un nuevo género que parta de lo autobiográfico hacia los cruces de distintas disciplinas?

Me es difícil pensar si yo lo puedo decir. A mi me parece que cuando vos estas muy consciente de tu trabajo y te inventas una formula, automáticamente eso te va a ir en contra. Trato siempre de no pensar mucho. Yo si puedo reflexionar sobre cosas que suceden, sobre libros que leo, soy más lector que escritor, porque leo mucho todos los días, diferentes libros y no escribo mucho, dreno muy poco. Y yo estoy bien así, No es que tengo una ansiedad, tengo 10 libros publicados y eso ya es un montón, tengo 44 años, ya está.
Voy tranquilo, inclusive entre cada libro de poesía había 7 años de diferencia. Montale, que es un poeta italiano que a mi me gusta mucho, tardó 17 años entre cada uno y es un genio. Entonces, me parece que publiqué muy rápido todo.
Lo que te quiero decir es que muchas veces me parece que esas cosas sobre el trabajo de cada uno, sobre si estoy creando un nuevo género o cosas que escucho que me lo han dicho, son las que trato de no pensar, porque me parece que es involutivo para mi. Yo pienso que si vos te pensás dentro de la literatura, te impide escribir, si te pensás dentro de la filosofía te impide pensar filosofía, me parece que está mejor que sea algo vital, que esté conectado con la vida y que esté fuera de los parámetros cuando trabajo, porque cuando trabajas esos parámetros no sabes bien que escribís y yo me doy cuenta que algo funciona bien cuando estoy trabajando en estado de incertidumbre y me da vergüenza ajena lo que escribo. Si yo escribo algo que automáticamente siento que está escrito por mi, trato de trabajar y de intervenirlo para que se vuelva una voz extraña.
No reflexiono mucho sobre mi escritura como para decirte estoy creando una nueva voz, trato de ni pensarlo a eso, de hecho me pasó que después que salio “Los Lemmings” hubo como mas demanda, empezó a haber otro público mas grande, distinto al que podía leer poesías mías, con gente de diferente tipo y edad, y yo ahí tuve como cuidado no tener que escribir para alguna demanda porque todos te dicen “¿Y? ¿Cuándo hay más?” “¿Cómo continúan Los Lemmings?”
Yo siempre trabajé con tranquilidad, sin ningún tipo de demanda, para mi la literatura es algo que se va terminando de hacer muy de a poco, yo hago periodismo, vivo de otra cosa, no tengo la necesidad de vender libros.
Si algún día mis libros se empiezan a vender un montón, dejaría de laburar y viviría de los libros, pero tampoco me preocuparía mucho en sacar un libro por año, no forma parte de mi naturaleza, no puedo hacerlo.

¿Qué te pasa cuando te encasillan en un determinado lugar, como en el caso de Campos Becerra: amarrado a la fatalidad o que apelás mucho a reflejar la experiencia del desencanto en tu narrativa, como en “Ocio”, por caso?

Me parece que son lecturas que están ahí, yo respeto todas las lecturas, me parece que algunas están buenas, hay lecturas de algunos críticos que vos decís “mira que bueno que dijo eso, no lo pensé así”. Está bueno que alguien escriba sobre uno, que alguien se tome el trabajo de reflexionar sobre lo que uno hace. Soy un agradecido a eso.
Lo de la fatalidad puede ser, se puede ver de esa manera, porque todas las cosas que rodean a “Ocio” tienen como una narración de depresión, de gente que ha perdido cosas. A mí me gusta mucho Schopenhauer que es mi maestro filosófico que dice: “la vida es algo horrible, voy a dedicar la mía a reflexionar sobre esto” y yo me identifico con eso.

¿Qué principios respetas a rajatabla cuando escribís?

El principio de escuchar la voz extraña, cuando escribo algo yo escucho una voz que es la mía, que la identifico y digo “esta es mi voz, lo escribí yo y me satisface” y bueno, voy en contra de eso, a esto no lo publico, lo trabajo y trato de que el texto drene y se convierta en algo extraño, que haga surgir en mí la voz extraña. Eso busco.

Del Casas de “18 Whiskys” y “Un huevo y medio” al actual, ¿qué cosas en tu narrativa fueron cambiando?

Hay cosas que se mantienen inalterables. Siempre entendí a la literatura como algo colectivo o sea, siempre escribí con mis amigos, siento que lo que escribo se lo tengo que mostrar, que es un grupo de gente con la que discuto. O sea, yo estoy escribiendo acá una puntita de la literatura pero hay otra gente que está escribiendo otra cosa contraria a lo mío, y por suerte, conviven las dos cosas en una paleta de colores que refleja que todo no es igual, sino que se refrescan, se chocan, se cruzan. Me encanta eso, sentir que se está trabajando con un montón de gente. Eso es lo que yo aprendí de chico y me parece que es lo que se mantiene.
Después, en lo personal empecé a respetar las historias que venían y su forma, es decir, a veces venían con una respiración más corta, entonces era un poema y a veces venían con una respiración más larga, entonces era prosa. Pero para mi parte todo de lo mismo, que es una musiquita que empiezo a escuchar en mi cabeza.


“Cuando tenía 21 me las tomé, estaba en la mitad de la carrera de la facultad y me fui de viaje dos años. Hice Bolivia y todo el norte argentino, Perú, Ecuador y Colombia y me quedé viviendo en el amazonas como medio año. La gente con la que me crucé, ahí aprendí que en los cruces está lo más interesante. Me tocaba un alemán de guita, un boliviano que no tenía un mango, un boliviano millonario. Fui tomando de todos ellos y me liberaron del miedo social, no tengo miedo social, no tengo miedo a perder el laburo, no me importa eso. Tengo otros miedos como que le pase algo a mis seres queridos y esas cosas, pero no miedo social. Me di cuenta que podía andar por el mundo así, sin nada de plata y ser feliz. Me di cuenta que no necesito tener muchas cosas, que tenés que liberarte de los apegos, eso te mata. Me di cuenta que aprendí a vivir con lo esencial, cuando viajas no podés tener una súper mochila y en la vida lo mismo, tenés que tener lo esencial, tenés que tener libros, libertad personal”.

A Casas esa experiencia le partió la vida en dos. También rememorarla lo llevó a acordarse del Miller de Trópico de Cáncer, sin lugar a dudas uno de los libros más significativos para él. En ocasiones anteriores y bajo otras circunstancias, ese libro le sirvió de bocanada de aire en lugares de pasillos desinfectados y caldo que se recalientan para servirse en el almuerzo. Ahora Casas, se acuerda de ese viaje y achina los ojos y es el cuadro que se describió al comenzar esta entrevista. Ese es el momento.
Cuando volví del encuentro, tenía cierta emoción interna, sentí una estimulación propia de haber conocido a alguien que quería conocer y haberme llevado una agradable imagen. Con frecuencia estas cosas no pasan. Creo que a Casas le pasó lo mismo cuando entrevistó a Solari por primera vez, aunque después se decpcionó
En fin, recuerdo que caminé por Corrientes súper estimulado, que esa noche tocaba Cat Power en el Gran Rex y la noche anterior, Estudiantes había ganado la Copa América. Recuerdo que llegué a casa y me puse a desgrabarla. Todo venía bien hasta que el reporter comenzó a ser un ruido extraño que tapaba la voz de Casas. Entendí que sobre el final de la entrevista, el artefacto se había quedado sin pilas.
Lo llamativo del infortunio fue que -sin embargo- recordaba sus gestos y algunas palabras me habían quedado grabadas. Recuerdo que habló sobre sus comienzos como escritor con sus compañeros contemporáneos de “18 whiskys”, dijo que eran muy frontales y que con frecuencia apelaban a la honestidad brutal sobre las cosas que escribía y le disparaban frases de índole: “ché, este poema es una mierda”. Casas asegura que eso lo ayudó, pero que al principio le chocaba, “de hecho no le hablaba a algunos por unas semanas, hasta que después me di cuenta de que trabajábamos de verdad, porque lo importante era la poesía y no tanto el ego del otro”.
Después de eso, seguimos hablando de Spinetta y su enojo hacía Casas por el ensayo “La reacción” publicado en “Ensayos Bonsái” y la revista “La Mano” donde hizo notar ciertas declaraciones de derecha del músico, que Casas no dudo en tildar como estupideces, de Solari – también escribió sobre él en la misma revista- y de algunas decepciones, con una serie de preguntas que por suerte fueron captadas íntegramente por el grabador.

Tenés cierto desengaño con tus ídolos de tu adolescencia, por caso Solari o Spinetta. ¿Qué cosas te llevaron a esa especie de desilusión?

Son como cosas muy puntuales. Para mí, Spinetta es un genio, un grande total. Me parece un músico increíble. Lo que pasa y lo que yo noto es que la gente está muy acostumbrada a que cuando vos decís que alguien es increíble lo tenés que tomar completo siempre. Entonces si vos decís que el tipo es increíble, también tiene que tener buen olor, es hermoso, todo lo que va a decir es genial y yo en realidad trato de tener relaciones honestas con las cosas. Digo: esto es increíble en esto y en esto otro me parece un cuadrado, un boludo, trato de tener no una relación de idolatría estúpida, sino una relación directa y buena como me gustaría que tenga conmigo cualquier persona, no como escritor, sino cualquier persona por cualquier relación.
Aparte las personas son seres complejos, hay gente que tiene momentos buenos, momentos malos. Spinetta es un genio como músico y hay un montón de cosas que no comparto de él, como cuando salió a decir al igual que Susana Giménez que había que matar a todos los que mataban.
Entonces yo analizo un fenómeno de una persona y digo lo que pienso. Trato de tener relaciones reales y no ideales con todas las personas, no sólo con Spinetta o Solari, sino también con mis amigos.

¿Por qué crees que llega un momento dónde les puede molestar que se realicen ciertas apreciaciones?

Eso que vos decís, también les pasa a algunos escritores. Eso es una muestra de esclavitud porque están todo el tiempo pendiente de representar un poder, tenés que ser siempre el mejor o tal. Eso te convierte en un esclavo porque una persona que no tiene necesidad de representar un poder, está tranquilo. No está diciendo “necesito esto y esto o que todo se mueva en función de algo”. Están en una etapa pre descubrimiento que la tierra gira alrededor del sol. Tranquilo. No pasa nada.

De tu primera entrevista al Indio en su casa de Ramos Mejía, hasta la última donde fuiste invitado por la revista La Mano para escribir en el especial de su último disco y estuviste en su casa de Parque Leloir, ¿qué cosas crees que cambiaron de él?

Yo cuando fui a esa primera entrevista, era chiquito y fue como súper estimulante, porque salí de la casa prendido fuego y queriendo hacer cosas y esta vez salí deprimido. Fue un almuerzo desnudo, que fue lo que puse en La Mano, una comida fría.
Yo personalmente no lo conozco, pero lo que vi ahí, es una persona súper vigilada, súper encerrada en sí misma, me parece que perdió espontaneidad, perdió riesgo, perdió peligro, que son las cosas que a mi me gustan en un artista.

Da la impresión que Casas está harto de explicar estos temas. Los habla más rápido que lo normal y le resta importancia. El mozo volvió para dejar la cuenta y se hizo una especie de silencio. Me vino a la mente una película que mire el día anterior y me dieron ganas de compartir la trama y hacerle una pregunta que derive de ella. Sobre la mesa de al lado, de espalda a Casas había un par de personas mayores y ahora supongo que quizás ese contexto ayudo a que la pregunta aflore, tiene que ver con la muerte y con la forma de verla que tienen los orientales. No es que vea a la muerte como un suceso eufemista sino que con frecuencia me sucede un fenómeno bastante particular y creo que al mismo tiempo algo que le debe suceder a mucha gente: después de ver una determinada película, si me gustó mucho quedo fuertemente impregnado de las cosas que transmite durante una cierta cantidad de días posteriores –al menos tres-.
Lo cierto es que se lo comenté, pero antes, también quería saber sobre sus estados pos escritura, no se por qué esos momentos me llaman la atención.

¿Te pasa qué cuando terminas de escribir un ensayo o algo, tenés la sensación que pudiste condensar un tema o abarcarlo de una mejor manera?

A veces si y a veces no. A veces siento que el mismo ensayo quedó en un estado de pregunta por responder. Es un ensayo y me gusta que tenga un devenir, acercarse a algo y ver que pasa y errar por lo general pero en eso queda algo, queda una pregunta, una incertidumbre, queda algo vital que se vivió.

Hace un tiempo empezaste a escribir una novela que se llama Titanes del coco, ¿en qué está ese proyecto?

A Titanes del Coco lo estoy trabajando. Lo trabajé durante un año, después me di cuenta de que era un cuento subsidiario de Los Lemmings, escrito de la misma manera y eso no me satisfacía, era como un texto que lo podía publicar y ya está y entonces lo empecé a intervenir, a erosionar hasta que me empezó a satisfacer y está ahí, no sé cuando lo voy a continuar.
Yo a Ocio tarde cuatro años en escribirlo y son 70 páginas. A los textos los voy dejando ahí, los escribo, los guardo, después los saco, los leo. Me doy cuenta de que algo que me parecía muy increíble, con el tiempo me doy cuenta que no es tan así. El escritor tiene que trabajar siempre en contra de su habilidad, eso es parte del Karate.

Acabo de ver una película de Kore-eda, se llama “After Life”. La trama se basa en la muerte. La gente muere y antes de pasar al cielo, permanece flotando una semana dentro de una escuela secundaria donde tiene tres días para elegir deliberadamente el momento y la sensación que quiere llevarse consigo para siempre. Una vez que eligieron ese recuerdo, un par de asesores llevan a cabo un film donde rememoran ese instante y la gente parte con ese único recuerdo grabado en sus memorias para siempre.
Si te tocara morir hoy, ahora, en este instante… ¿Vos con qué secuencia de minutos de tu vida te quedas? ¿Con qué sensación?

Hay un momento muy emocionante de mi vida, que en realidad son muchos. Yo me acuerdo de estar siempre en el taller de mi padrino que es la persona más importante de mi vida. Mi padrino se llamaba Bruno y era italiano. Se hizo muy amigo de mi papá, era tallista y se vino a la Argentina a hacer esa profesión. Estuvo en la guerra mundial y vino a mi casa, era una persona muy instruida, era profesor y docente. Mi papá le hizo un taller muy hermoso y el ahí tallaba madera. Yo pasé muchas tardes de la infancia en ese taller, el me hablaba de la guerra, de los griegos y yo pasaba mucho tiempo ahí, escuchándolo. Sin lugar a dudas me llevaría ese momento. Hay un poema que escribí en “El Salmón” dedicado a él.

Ya que estamos con este tema de la muerte y para terminar con esta historia ¿Cuál sería tu epitafio?

No pondría una frase. Yo pondría la letra entera de “Una casa con diez pinos” de Manal. La escribió Javier Martínez. ¿La escuchaste alguna vez?

No, me dije y ahora que estoy escuchando la parte del estribillo es cuando me doy cuenta que le melodía me suena, que ya la escuché pero que no me puse en estado de atención para poder oirla, que no le dediqué tiempo. A lo mejor es como dice Casas, pienso, que en la cultura de la exposición la invisibilidad es un don, porque esa letra era hasta el momento imperceptible para mí.

“Una casa con diez pinos, hacia el sur hay un lugar, ahora mismo voy allá, porque ya no puedo más, vivir en la ciudad. Entre humo y soledad, nada más que respirar, nunca más, nunca más, en la ciudad. Un jardín y mis amigos no se puede comparar con el ruido infernal de esta guerra de ambición, para triunfar y conseguir dinero nada más, sin tiempo de mirar un jardín bajo el sol antes de morir. No hay preguntas que hacer, una simple reflexión, sólo se puede elegir, oxidarse o resistir, poder ganar o empatar, prefiero sonreír, andar dentro de mí, fumar o dibujar. ¿Para que complicar?”

A mediados de 2007, Casas fue distinguido en Alemania con el premio Anna Seghers y al recibirlo dio un discurso sobre un zapatero, también habló sobre la imposibilidad de establecer conceptualmente lo que es poesía y de las civilizaciones totalitarias y su inseparable destino a ser reconocidos por la dentadura si no se termina de engendrar el horror y la muerte.

Entre todas esas cosas, ahora que termino de leer su discurso, hay una que me llamó la atención por sobre las otras. Habló de los escritores que le gustan y la forma en que llegó a ellos. Dijo que no habían ido a buscarlos desde los desmesurados aparatos editoriales sino que se los había encontrado de forma irremediable cuando era necesario que así sucediera. Me quedé pensando en eso y en la forma en que me lo encontré a él. Caí en la cuenta de que había algo de eso, que no fue algo forzado conocerlo sino algo que estuvo regido bajo el estigma de la casualidad, necesaria si, pero casual ante todo. Su nombre es Fabián Casas, pero pueden decirle Kaspar Houses.

domingo, 8 de noviembre de 2009

ME PUBLICAN!


La historia fue así. Hace un tiempo, me llegó un mail de la Editorial Raíz Alternativa invitándome a participar de un concurso sobre narrativa.

Decidí enviar tres cuentos, el día límite en el que cerraba la fecha de participación. Pues bien, hace pocos días, desde la misma editorial, me enviaron a mi casilla el siguiente correo:

Estimado Escritor/a Uriarte, Germán:

"Me dirijo a ud. con sumo agrado, a fin de comunicarle que nuestro jurado ha preseleccionado sus obras (NELY - MILKWAUKEE - ARBITRARIEDAD) para que sean incluidas en la XXXIX antología «Latinoamérica Escribe».

De un total de 415 participantes, ud. ha sido preseleccionado por considerarlo nosotros entre los 105 mejores autores. El propósito que nos lleva a realizar esta labor, es dar a conocer a los nuevos poetas y narradores, valiosos artistas que generalmente se pierden en el anonimato.

La tirada del libro será de aproximadamente 2050 ejemplares y la posibilidad de distribuirse en bibliotecas y entidades de bien público, Talleres literarios, Encuentros culturales, Envíos postales a escritores de anteriores certámenes; entregas en Casas de Provincias, Donaciones a Escuelas, etc...”

Así que voy a ser traspasado a papel, junto a otros escritores sudacas -como yo-. Me corresponden 8 páginas de la obra en cuestión, que sale a principios de abril del 2010.

En fin, como diría Cerati en alguna entrega de los Premios Gardel: "A todos los que les hice creer la ilusión de que soy bueno. Los engañé."

Pero ahora ya es tarde. La cagada ya está hecha. Voy a ser publicado por primera vez. Pierdo mi virginidad literaria días antes de cumplir 25 años. Y estoy contento por eso.

Muy contento por eso.

Bueno, en realidad… no tanto. Sólo lo normal.

Les confieso algo. En momentos como este, suelo decir algunas frases genuinas que tiran clichés verborrágicos de índole demagógicas. Por ejemplo, digo cosas como "Los quiero mucho".

Pero a la brevedad, vuelvo a caer en la trampa de la honestidad brutal que desemboca en el sincericidio. Así que… en realidad, no los quiero tanto.

Pero les estoy eternamente agradecido.

El autor.

domingo, 1 de noviembre de 2009

CASAS, BURTON Y EDWARD BLOOM


Qué querés para tu vida, es una buena pregunta para hacerse justo a tiempo. En realidad, la retórica toma esa forma cuando las decisiones importantes corren por tu propia cuenta. Antes, la misma incertidumbre se escondía bajo formas más sutiles.

Recuerdo la etapa de mi jardín como si fuera ayer. El 907 en la intersección de Rodríguez Peña y Lavalle. El olor a tilo y la arena en las zapatillas. Mis compañeros y yo en ronda, y las maestras preguntándonos qué queríamos ser cuando fuéramos grandes. Recuerdo también la mayoría de las respuestas girando entre policía, bombero o la profesión que ejercieran nuestros respectivos padres de turno.

A mí, designar que quería para mi vida siempre me dejó pensando. Debe ser por la antipatía a las profesiones comunes o por la ausencia de mi viejo, al que nunca tuve como referencia en nada.

Después salía de ahí y estaba ella, mi abuela, impecable, para cruzar la calle y llevarme a su casa hasta las 9 de la noche. Supongo que eso de cortarme solo y apelar a la independencia lo mamé ahí, forzado por la rutina de mi infancia, que puede traducirse de la siguiente manera: me levantaba a las 7 y como mi vieja tenía que trabajar me dejaba en la casa de mis abuelos, de 13 a 17 iba al jardín, y de ahí, vuelta a la casa de mis abuelos, hasta que se hicieran las 9 de la noche y me pasaran a buscar para volver a casa. Al otro día, símil. Lo que variaba era el clima.

Así que, como quien no quiere la cosa, empecé a ejercer el autismo a temprana edad. Siempre forcé la imaginación porque al estar rodeado de dos personas lo suficientemente grandes como para jugar conmigo, tenía que mantener la cabeza ocupada en algo. Se sabe, el medio condiciona a la especie.

Hace poco, releí Ensayos Bonsái, y es asombroso como no dejo de mimetizarme con algunas de las cosas que Casas escribe de los tiempos en que con sus amigos de Boedo, se pasaban las horas tratando de comprender el mundo en el que vivirían. Y dice Kaspar Houses: “rápidamente, de este lado del río, nos pusimos de parte de los locos, los delirantes, aquellos de quienes se contaban historias fantásticas que nosotros repetíamos porque, entre otras cosas, no queríamos ser como nuestros padres”. Amén.

En fin, una sugestiva aproximación a nuestro objeto de estudio, podría llegar a arrojar esta primera conclusión:: la importancia de lo que queremos para nuestra vida se metamorfosea en una decisión importante, cuando la pregunta pasa de la plebe a la propia conciencia. Es decir, del plural de la tercera persona al singular de la primera.

Pero gastemos otra bala en el flashback. A veces, ese mundo alucinatorio -pero más prometedor que el real- se desprendía de los dibujitos que consumía en las meriendas, otras, eran situaciones forzadas. Lo cierto es que en esos letargos virtuales empecé a responder la pregunta de lo que quería para mi vida.

En “El Gran Pez” de Tim Burton, el personaje central, Edward Bloom –interpretado en diferentes momentos de su vida por Ewan McGregor y Albert Finney- recibe la visita de su hijo, que llega desde Francia para pasar junto a él, los últimos días de su vida. Billy Crudup –el hijo en sí- reniega de la forma de interpelación que su padre eligió para su vida con él. Es decir, no le cree ninguna de las fábulas que éste le cuenta, hasta que empieza a descubrir que las mismas no eran productos de la imaginación de su progenitor, si no la realidad en sí.

La película tiene mucho que ver con la vida del propio director. De chico, Burton vivía en un pueblo chato de California, llamado Burbank. Para evitar empezar a cocinarse a fuego lento por la vorágine californiana, Tim construyó mundos paralelos con historias fantásticas que se destacaban, precisamente, por su completo y total desinterés por el realismo.

Comentario al margen: es igualmente de llamativo como el ser humano se identifica con las manifestaciones artísticas, que a posteriori creen que representan un aspecto –o varios- de su personalidad. Yo me acabo de dar cuenta que soy Burtoniano a full. Que me importa un bledo el realismo.

Pero volvamos a la película. Para mí, el verdadero acierto de “El Gran Pez” es la delgada línea roja que separa a lo real de lo ficticio. La realidad es mucho más compleja que la ficción, dijo alguna vez, Sherlock Holmes. Y a esa afirmación, Burton le encuentra el punto G.

Y alega Burton sobre estas cuestiones: “Lo que es real y lo que no es real, especialmente cuando vas a los recuerdos y a las historias de la infancia, es muy difuso”. Letal.

Hace un tiempo, tuve la suerte de entrevistar a Casas y me confirmó en persona algo que una vez leí en Ensayos Bonsái, bajo la forma de un viejo adagio oriental. Dijo el Spleen de Boedo: “Me di cuenta que no necesito tener muchas cosas, que tenés que liberarte de los apegos, eso te mata. Me di cuenta que aprendí a vivir con lo esencial”.

A mí, eso me pareció notable porque me di cuenta que el tipo piensa y vive como escribe y eso no es común a todos los escritores. En ese sentido, Casas –a pesar que sostenga que no tiene imaginación- también es Burtoniano, no porque le importe un bledo el realismo, sino porque es alguien que en sus obras, siempre está buscando la voz extraña para esgrimir el imperio de los sentidos sobre el estado de las cosas, sin traicionar su filosofía de vida al narrar. Es congruente en teoría y práctica.

Pero volviendo a Burton, en una nota que dio para Clarin en el año 2004, el periodista le preguntó cómo analizaba que, viniendo de un ambiente tan convencional, su imaginación sea tan extravagante. “La única manera en que puedo analizarlo es que uno busca lo que no tiene en la vida. Si crecés es un ambiente suburbano, cuadrado y aislado, te interesan cosas más oscuras como una reacción contra eso”.

Creo que este ensayo podría acoplársele a otro que publiqué hace poco, titulado “There´s a place”. Quizás más adelante escriba la sucesión de éste sólo para cumplir algún deber metafísico de condensar una trilogía. No lo sé aun.

Lo que sí sé, es que decidí empezar a regirme por el principio Burtoniano. Consignar lo que quiero para mi vida sigue siendo una deuda retórica, pero si sé lo que no quiero. Por ende, he aquí la conclusión de todo esto: voy a dejar este trabajo neurótico lleno de garcas y monitores para empezar a vivir de manera más congruente con lo que narro. Como Casas, como Burton*.

Supongo que en algún lugar del mundo del cine, Edward Bloom consentirá el fallo.

*Pretender alcanzar alguna de sus obras es pedir mucho.

lunes, 19 de octubre de 2009

ALL YOU NEED IS LOVE

Es impresionante lo que se enamora la gente en el subte.

martes, 13 de octubre de 2009

THERE´S A PLACE


“Hay un lugar al que puedo ir
cuando estoy bajoneado, cuando estoy triste
y es mi mente
y allí no hay tiempo
cuando estoy solo”.

The Beatles (Lennon-Mc Cartney)

Miro desde la ventana de mi trabajo, con una resaca marginal, los ecos de un recital en Plaza San Martín. Desde hace un tiempo, sueño con las ganas de viajar y de tan sólo ratonearme con la idea, se me hace agua la boca y se dibuja un gesto cómplice. Viajar. Dejar de trabajar para gente asquerosamente responsable y nerviosa, que pretende tener en el diámetro de sus ojos, esa métrica aceitada por una elongación del radio eficaz de sus retinas, que le permita ver todos los movimientos que hacen las personas que tienen a su cargo. Una omnisciencia mecánica y empalagante.

Sábado estupendo en La Plata. Una luz trascendental y una temperatura que susurra los 20 grados. Diez televisores y un audio saturan -puertas adentro- el micro ecosistema de una oficina gigante en algún rincón de esta casa enorme, condenado a habitar hasta las ocho de la noche todos los fines de semana.

Las ventanas fueron hechas para eso, pienso. Para blindar con un vidrio los lugares que se reservan el derecho de admisión. Una mirada más esperanzadora, podría argumentar que se pueden abrir para pasar a formar parte de esa dimensión que se añora, pero no es esta la mirada que acostumbro a tener los días en que la gente descansa y yo cumplo horarios. Afuera, el sol le inclina el cuerpo a los instantes para ejercer su porción de patria potestad que detenta en la primavera, y adentro, un videograph de TN reza que en el senado las cámaras empresarias pidieron cambios al proyecto de Ley de Medios K. Por cierto, yo la apoyo.

Ya hay pocas cosas que –por estos días- asalten la capacidad de sorpresa de las personas. Por eso, supongo, que la calle está cada día más llena de locos y de gente que vive inmersa en otra realidad que no sea esta que prefieren vivir otros, destinada a morir en la eyaculación precoz de un futuro hipotecado por servir a gente de poder, o por padecerla.

Yo estoy acá. Encerrado, ahora, en tiempo y forma, con luz artificial de focos de bajo consumo y con ese sol radiante y redondo detrás de estos marcos de madera.

Si hay algo de lo que estoy seguro es que no quiero esto para mi vida, me digo. No tengo ganas de traicionar al superhéroe que quise ser de niño, cuando corría por el patio de la casa de mis abuelos, sin preocupación alguna. Feliz. Sin nada, sin todo. Con mucho.

Por eso debe ser que vivo resignificando las cosas, volviendo al pasado o creyendo que estoy de viaje. Porque no quiero este presente de oficina y ruido de impresora, saturado de información, leyendo la cablera de Telam y escuchando lo que dicen del gobernador por Radio 10. Yo quiero escribir. Y punto.

También quiero viajar. Aunque con el sueldo atrasado no se pueda ir a ningún lado. Quiero estar bien lejos. Frente a algo imponente. Con ruido de mar. Con ruido a nada. Con este sol hijo de puta y esquivo. Con lluvia. Viajando. Por eso cierro los ojos y que TN fluya o que Boca pierda sin ideas, como pierde frente a Estudiantes. No me importa.

Yo ahora estoy en otro lado, en otro tiempo mejor a este, riéndome del status quo del caos, sin marcas, sin fantasmas. Con una brisa que genera un escalofrío cómplice. Con arena en mis pies, con barro en las manos. Sin nada que hacer y todo por delante.
En ese patio, en esa casa, con esa pelota, con la angustia de Fela por ver que el balón pasa tan cerca de las rosas. Volviendo de la panadería con mi abuelo. Abrazándome con todos, porque definí cruzado. Soy el 9 del barrio, el héroe de la manzana 3 del Santa Teresa. ¿Entendiste?

En otras coordenadas. Vaciando ese kiosco del barrio Balbín, empachándome de chocolate con maní., Chonik creo que se llamaba. Inmortal. Viendo un Gráfico viejo, cerrando los ojos e imaginándome ahí, donde ahora está el Beto Márcico. Incansable. Viendo a mi mamá preocupada. Yo no tengo preocupaciones. A lo sumo que el terrome no dicte que tengo que contar en la escondida, porque voy a sufrir como nunca para encontrar a esta manada de pibes en toda esta hectárea de cemento.

Sin preocupaciones de minas. No me fijo en las minas, soy chico para eso. O mejor, no. Ahora soy más grande. Estoy con vos. Enamorado, hiper enamorado. Ultra enamorado. Mega archi hiper enamorado. Sin celulares por medio. Sin mierda. No existe la mierda, no existen las preocupaciones. No existe la guita que puedas ganar. Vos y yo y el efecto invernadero que se está cargando el mundo.

Me chupa un huevo, que la rubia tarada almuerce la agendita con cara de habitué y venere gente de saco y corbata. No me importa. Cada segundo para mí es egoísmo puro. Planeemos una vida juntos, mejor dos, mejor tres. Jubilémonos juntos. Paguemos el monotributo a tiempo. Te levanto con el desayuno. Me levantas con el diario. Vámonos de vacaciones a San Luis, a Tandil, a todo o nada. Dos nenas. Dos pibes. Uno y uno. El labrador en el patio ¿Cerramos trato?

Wait a minute. Mejor vuelvo a Ushuaia. Lejos de todo. Cerca de nada. A conocerme otro rato. A ponerme en el frezzer hasta nuevo aviso. A volver más flaco de lo que soy. Consumido por los vicios. A escribir crónicas. A que el rosarino cuente anécdotas en la mesa 13 de Dublín. A que el negro muestre los tatuajes y Moni hable de lesbianismo. A yugarla.

¿Y Bolivia por qué no?

Ya me dijiste lo que quería escuchar. Voy a seguir cerrando los ojos. Descansar la vista y activar la mente. El sol no afloja y la temperatura apela al fade out. Un leve viento hace crujir las maderas del marco de esa ventana y las cortinas se sacuden la modorra. Ahora ese ritmo se descomprime, y desde un handy, una voz -entre neurótica y compulsiva- grita ¿Che, Germán, te acordaste de mandar la gacetilla?

domingo, 4 de octubre de 2009

ELEMENTAL, MI QUERIDO WATSON


Estimado Co-equiper:

Releyendo a Nietzsche, descubrí que la mera existencia de fenómenos morales no persisten en el tiempo por sí solos; si no que dependen de los juicios propios, de todo aquello que internamente, juzguemos correcto o no.

Supongo que luego de tal afirmación, sabrá entender que ya no le debo más disculpas.

Saludos cordiales.

Sherlock

martes, 29 de septiembre de 2009

UTOPÍA Y REALIDAD


A la gente de Utópica le debo un par de gracias, este post y los artilugios prismáticos como banners y gadgets que figuran en este blog...

La psicodelia y el desconcierto se unen en dos cabezas (una femenina y otra masculina) para procrear la dinámica de lo impensado.

A falta de letras, buena es la gente que puede apelar a su ingenio y realizan obras de caridad en semanas de letargo improductivo. Han puesto su inventiva para mis caprichos y eso ya es mucho decir.

Pueden ver más de Estudio Utópica haciendo click acá. Pero aviso de antemano que no voy a pagar los platos rotos de la abstinencia...

Ellos sólos les dan el dulce y yo lo probé... No obstante, recomiendo la adicción.

Letra chica: Mirar con moderación, prohibido el consumo para gente de estilo conservador.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

NELY


Ahora que lo pienso bien, Nely, lo nuestro fue sacado de un cuento policial. No un policial negro. Un policial, policial. Uno clásico, para distinguir.

Necesitábamos de esa metanarración que condense a la narración ausente que todo protagonista de policial requiere de forma imperiosa cuando se encuentra con un cuerpo lleno de sangre a sus pies. ¿Te diste cuenta de eso, Nely? Es que pasamos tantas cosas juntos. ¿Cómo olvidarlas?

No, para. No pongas esa cara. No fue mi intención recordar el crimen de tu viejo, Nely. A lo mejor no fue la mejor de las metáforas, lo reconozco. De hecho no la fue. Vos sabes, igual, que podes contar conmigo.

En fin, tenía ganas de verte y justo te vengo a encontrar acá, en este bar, a esta hora. Y pensar que casi nunca miro para adentro de los bares, menos en una ciudad tan grande como esta. Lo que es la vida, ¿no? A veces creo que el destino es inevitable, Nely. Que por más que uno se esmere en torcerlo, el hijo de puta es incorruptible y te lleva de los pelos hacia donde quiere.

Y eso que yo me había desengañado, eh. Que después de lo nuestro, de ese desgaste de siete años de convivencia y pareja –y casi hijos- nunca más iba a tener ganas de estar con vos. Pero mirame ahora, Nely. Y mirate a vos también, por qué no me vas a decir que a vos no te pasa lo mismo. Se nos nota a la legua, Nely, que no podemos estar sin estar juntos. Juntos, Nely. Como ayer. Hoy como ayer. Vos y yo. Un sólo corazón. Un sólo techo. Tu perro y mi gato obligados a llevarse bien, Nely. ¿Y eso por qué, Nely? Porque nos amamos. Nos a-ma-mos. Tres sílabas, Nely. Tres silabas y un sentimiento.

Te juro, Nely. Se me comprime el pecho. Pensar que pensé que no eras para mí. Que boludo, Nely. O peor aún. Que casi le doy bola a la teoría de ese psicólogo que figura en el libro de Bañez, ¿Cómo se llamaba? Morán, Morán, ahí me acordé el apellido ¿Vos podés creer, Nely? Afirmaba que el mundo estaba dividido en homosexuales y lesbianas, nada más. Y que la heterosexualidad era una anomalía legitimada en función del fraude bíblico. Pero mirá que turro este tipo. Ni matrícula debería tener.

¿Qué pasa? Y sí ¿No lo podes creer, no? Por eso esa cara, claro. Nunca pensaste que yo me iba abrir de esta forma con vos. Y vos que siempre me decías que era muy callado, que nunca te regalaba flores, que no te decía que te amaba y qué se yo cuántas cosas más. Pero cambié, Nely, cambié.

Y es más. Creo tener la respuesta a todo lo que nos pasó, Nely. Mirá, escuchate esta, eh. Yo creo que fuimos como una manada de puerco espines, Nely, que se apretujan en días de invierno para protegerse del frío extremo con el calor de sus cuerpos, sin darnos cuenta, Nely, que al mismo tiempo nos estábamos lastimando con nuestras propias espinas, lo que hizo que nos alejáramos de nuevo, claro está. Y cuando volvimos a necesitar de nuestro calor, Nely, nos volvió a pasar lo mismo, Nely. Así durante siete años, Nely.

Pero tranqui, Nely, tranqui porque falta lo mejor. Falta que encontremos una distancia conveniente, Nely, dentro de la cual podamos soportarnos de una mejor manera para ambos, Nely. ¿Entendes como es la cosa, Nely? Yo te canto la justa, Nely.

¿Qué de dónde saqué eso? Es que estoy leyendo a Schopenhauer, Nely. ¿Viste que cambié? Es más, tiré todas las Hombre que tenía en el revistero del baño de casa, Nely ¿Te acordás? Las Playboy no, Nely, eh. Esas se las regalé a mi hermano. Pooobre…

Que desubicado de mi parte, no te pregunté si querías tomar algo, Nely. Perdoname. ¿Querés tomar algo, Nely? Con confianza, eh. Sabes que vos y yo, eh. ¿No, Nely? ¿Sabes o no sabes? Sabes, Nely, yo sé que sabes. Un café, mozo.

Estas como anonadada, Nely. Te impacté, yo te conozco, eh. ¿Es por el aire? Ya sé, no me digas nada, querés qué le diga qué bajen el aire. No te me vas a desmayar acá, Nely. Yo entiendo que la emoción es fuerte y que cosas como estas no se escuchan todos los días, pero bueno, para todo hay una primera vez, ¿no? Estas taaaan linda, Nely.

Veo que me querés decir algo, Nely. Decime, Nely ¿Qué, qué Nely? Perdoname pero no te escuché bien. ¿Cómo Nely? ¿Qué decís? Dale, Nely no jodas. Siempre con un chistecito para descomprimir la situación. Sos Nely, eh. No cambias más.

¿Que, qué Nely? ¿Cómo qué estás saliendo con alguien, Nely? Pero hace muy poco que rompimos, Nely ¿Cómo me vas a decir eso, Nely? ¿Y quién es se puede saber?
¡¿Eh?! ¿Con ese estás saliendo, Nely? ¿Con el hijo del carnicero, Nely? ¿Me estás cargando? ¿Qué tiene ese qué no tenga yo? ¿Me querés decir? No, si vos sos de las que no hay, Nely. Es como para darte un premio.

¿Cómo? ¿Qué me vaya por qué está viniendo para acá? ¿Me estás echando, Nely? ¿Pero, te volviste loca? Ya se que vos no me llamaste, Nely, pero yo te encontré acá. No es justo, Nely

¿Qué quién soy yo, para decirte lo que es justo, Nely? Tu pareja, Nelly. Bueno si, tu ex. Pero, Nely. Por favor, Nely, ya estas grande. ¿Qué necesidad de hacer esta escena? ¿Me querés decir, eh?

¿Qué, qué Nely? Mirá, si hay algo que no soy yo, Nely, es mal perdedor, eso nunca ¿Pero sabes qué, Nely? ¿Sabes una cosa, Nely? Vos no me echas a mi, Nely. Me voy yo, porque quiero. Y al café que te lo pagué el hijo del carnicero, ¿sabes?.

Son todas turras…

viernes, 18 de septiembre de 2009

CHANCE


Los gallegos de Bitacoras.com me han invitado a participar del concurso Bitacoras2009 donde se eligen los mejores blogs de habla hispana de este año.

Esta es la quinta edición de dicho certámen y la primera vez que participo en algo así.

Evidentemente, lo acaecido es una demostración más de que la blogósfera se viene abajo. Y -particularmente- una empírica porción de que no sólo nuestro país es generoso.

No obstante -si así lo desean- pueden hacer click en el primer gadget que ven a su derecha y apoyar esta iniciativa. Aviso de antemano, que para votar hay que registrarse y dicho trámite implica ciertas buriocracias que a mí me molestan hacer.

Por ende, visto y considerando que es un garrón hacerlo, voy a aprovechar este momento para decir la frase de cabecera de los buenos perdedores y una mentira que no acaricia autoestima alguno: "Lo importante es competir"

Una vez dicho esto, tengo que reconocer que la invitación me vino como anillo al dedo porque sigo creativamente bloqueado.

Ahora si, después de este pequeño acto de honestidad brutal, me retiro.

Muchas gracias!

Germán.

lunes, 7 de septiembre de 2009

ARBITRARIEDAD


La noche del 27 de agosto del 2009, la señora Fridgman, ansiosa por una crisis de nervios surgida como catarata de discusiones existenciales con su marido, tomó la mejor de sus cuchillas y se dirigió a la cocina, para terminar con la obra maestra que había empezado a meditar desde hace unos meses atrás.

Al ingresar, planeó con la mirada ese hermoso caos. Las ollas en el piso, los vidrios rotos, las paredes manchadas, las caras de pánico de su hijo y el perro. Un contexto soñado, para la envidia de Alfred Hitchcock y la posterior molestia del fiscal.

Tenía en su mano un corte profundo y necesitó de una venda para parar la hemorragia. Era la primera vez que llevaba a cabo algo así y la consumación del acto le significó una herida de consideración a lo largo de su palma que casi mutila uno de sus dedos.

Suspiró y con un soplido se corrió el flequillo de la cara, mientras limpió su mano izquierda en el viejo delantal blanco, que debido a las circunstancias imperantes, comenzó a teñirse de rojo. Un rojo intenso.

Sonrió. Estaba satisfecha con el trabajo hecho aunque aun no había terminado. Decidió entonces, culminar con lo empezado porque no quería dejar huellas que comprometan su situación y en minutos más llegaría el fiscal.

Para esto, pidió la colaboración de su hijo y encerró al perro –bastante alterado por la escena- en la pieza contigua.

Entonces era el momento, hundió la cuchilla sobre el cuerpo frío y el líquido rojo y espeso -por la baja temperatura- comenzó a fluir lentamente desde todas las arterias posibles a la hendidura del filo.

Primero presionó con fuerza para atravesar las partes mas duras y luego con oficio para diseccionar los trozos que todavía conservaban cierta esponjosidad. Comprobó que la materia no estaba del todo congelada y eso la molestó porque no resultaba conveniente. Fridgman era perfeccionista y un tanto neurótica. De fondo se oían ladridos.

Repitió el ejercicio con admirable monotonía y precisión, hasta que de esa anatomía original sólo quedaron partes geométricamente imposibles de ensamblar, pero artísticamente dispuestas para caber dentro de diferentes recipientes y limpiar la escena del hecho. Su hijo achinaba la mirada, ponía cara de asco y colocaba delicadamente cada pedazo de materia en su respectivo lugar.

Ambos especularon con la posibilidad de que sería imposible borrar los rastros de lo sucedido.
Así fue. El fiscal llegó cinco minutos después de que la señora Fridgman y su hijo mutilaran por completo la morfología en cuestión. El desorden era incorruptible.

El día era un tanto caluroso y varios vecinos colmaban la puerta de la casa, rodeando a la señora Fridgman que yacía manchada de rojo y llorando con las manos cubriendo su cara.

El fiscal corrió a los vecinos de lugar y les dijo que él se encargaría del tema.

Adentro, su hijo se había encerrado con el perro que seguía ladrando y cuando el hombre comenzó con el interrogatorio en el lugar de los hechos, la señora Fridgman se notaba desencajada. Minutos más tarde, se hizo cargo de lo sucedido.

Afuera, la sensación térmica bajo de forma considerable y los vecinos se fueron esparciendo lentamente.

Fin.

Apéndice:

Uno de los principios que la literatura le ha robado al signo -y a Saussure- es la arbitrariedad. La magia de la historia radica en que el desenlace debe tener la misma ley que une al significante con el significado. Y eso señores, sólo depende de ustedes y de estas opciones:

A: La señora Fridgman acaba de matar a su marido con la complicidad de su hijo. Llora porque -indefectiblemente- luego de confesar el crimen al fiscal, va a ser juzgada y encarcelada.

B: La señora Fridgman ha preparado una exquisita torta helada de frambuesa para su marido, el fiscal. Llora porque entiende que le salió mal y la sorpresa -que buscaba enmendar las discusiones que venían sosteniendo- quedó frustrada.

C: Lo que la arbitrariedad de su mente diga que tiene que interpretar.

sábado, 29 de agosto de 2009

HAPPY BIRTHDAY TO YOU!


Lloren chicos lloren, este blog cumple un año. Fue el viernes 28 de agosto, pero se los festejo hoy.

Eternamente gracias, a todos los que de una forma u otra, ayudaron a que esta criatura empiece a mostrar sus primeros colmillos.

Ojalá sean muchos más, los años, las entradas (no en términos de calvicie) y los colmillos.

Como expresé anteriormente, estoy en una crisis de inventiva letal que eclipsa cualquier encadenamiento sintáctico que amerite -por parte del lector- un leve movimiento del sitema motriz, pero eso no significa que deje de lado esta fecha.

Gracias por permitir expresar mi verborragia y aquellas sensaciones empastadas que rebotan en el flipper de la conciencia. Y este gracias comprende tanto a los seres que suelen leer, como aquellos que facilitaron los espasmos simpáticos y puntuales que motivaron a sentar mi culo frente a un monitor para vomitar lo mejor y lo peor de mí.

Voy a seguir flotando en la atmósfera porque aún no creo que sea el momento de aterrizar.

Algunos lo llaman inmadurez, y otros "una leve tendencia esquizoide a evadir problemas cotidianos y crisis existenciales". A mi me gusta decirle "blog".

Y por cierto, Feimann, yo no soy un pelotudo.

Thanks for all!

El autor.

lunes, 24 de agosto de 2009

EL CUENTO DE MI VIDA

Andrés Caicedo es sin dudas el Kurt Cobain de la literatura latinoamericana. Y “El cuento de mi vida” es la función privada de su vida, editada post mortem del autor. Redactada en primera persona, la obra delata sin filtro las procesiones internas del escritor que atormentaban y motivaban la psiquis del cineasta colombiano.

Caicedo nació en Cali el 29 de septiembre de 1951 y se suicidó el 4 de marzo de 1977, dejó un cadáver joven y algunas secciones estampadas en sus cuadernos personales, que junto a dos cartas privadas –uno a su novia y otra a un amigo- fueron publicadas en esta edición, que agrupa –además- fotos privadas de Andrés.

Denominado por algunos críticos como el creador de la literatura urbana de su país, los escritos de Caicedo exteriorizan la combustión de sentimientos, estados, y sensaciones que recorren distintas etapas de su vida en diferentes instancias y contextos, ya sea en su viaje a Los Ángeles para vender el guión de un largometraje, como así también, sus días en la quinta que su familia tenía en la ciudad de Cauca, mas precisamente en Silvia.

Da la impresión que tras leer “El cuento de mi vida” el que escribe no es Andrés, si no su conciencia junto a su cuerpo. Un escritor border, sin dudas, continuamente regido por las esferas de sus pulsiones. No en vano, Sandro Romero Rey –periodista y escritor colombiano- escribió en la contratapa de libro: “¿y esto cómo se lee?” cuando el texto le llegó a su correo.

El libro desnuda también esa incómoda existencia del orden de las cosas que Caicedo soportaba en días de extrema depresión y algunos análisis internos que el escritor solía realizar en determinadas lejanías geográficas a su entorno, como el extracto que habla de la relación con sus padres: “ahora no soy más un niño. Soy una cosa grande con la misma necesidad y peor debilidad. Pero ya no tendré más el cuidado de mi madre, ya una parte de mí, mi razón, mi cordura, se oponen a ella. Por eso es que me ataca esta nostalgia de un estado imposible: desear no haber crecido nunca y haberla seguido viendo sólo como la persona que me cuidaba y me daba la única compañía que me servía”.

Sumergirse en el libro es entrar en el mundo de esa conciencia suicida y recorrer los bordes de alguien que parece estar en continuo coqueteo con la muerte, pero que además, escribe para contarlo. Un esteta de la transmisión de los presentes que presagian futuro de autodestrucción. De alguien que, en palabras del propio Caicedo, ha crecido “tan duro y tan malo y con tantas cucarachas en la cabeza”. Amén.

martes, 18 de agosto de 2009

ANARQUISTAS DEL AMOR (Última Parte)

Cuevas:

Estoy destrozado. Hace unos días, por la mañana, me levante sólo, un tanto apesadumbrado pero sin motivo alguno –hasta ese momento- aparente.

Para mi extrañeza, una carta –no suya- ocupaba el centro de la mesa ratona del living de mi casa. Por un momento especulé con que sea el ABL o cualquier otro impuesto. Pero para mi asombro, dentro del mismo encontré la siguiente afirmación:

“Me voy. Sé que no es la forma ni el momento correcto para hacerlo, pero hoy más que nunca necesito cambiar de aire y tener la posibilidad de vivir otra vida que no puedo vivir al lado tuyo. Espero que algún día puedas entenderme y quizás otro (en un futuro no muy lejano) perdonarme”. “Fui muy feliz a tu lado, pero debía hacerlo. De otra forma, no me lo hubiese perdonado nunca, ni en esta vida, ni en la que viene”

Hasta siempre, Angélica.

Se fue, Cuevas. Me dejó. No se por quién, por qué cosa o motivo. Sólo hay una certeza: La que era mi mujer se fue. A partir de ese instante, mi vida se ha vuelto un caos.

Le escribo por necesidad y porque el destino nos ha hermanado en la desgracia. Además para retractarme por mi tono elevado en estos intercambios epistolares y porque no, también, -aunque me duela- para darle la razón a sus razonamientos que en otro tiempo supe cuestionar.

Entiendo –hoy más que nunca- que es necesario y vital volver a replantear el punto de partida entre las relaciones de dos seres de sexos opuestos.

Alguna vez, el antropólogo francés Lévi-Strauss dijo que el encuentro de los sexos es el terreno en el que la naturaleza y la cultura se enfrentaron por primera vez y que eso fue el puntapié inicial para el origen de toda cultura sobre la faz de la tierra. Pues bien, no me sorprende que el mundo esté como esté. Las cosas se han hecho mal desde un principio e indefectiblemente ya es muy tarde para volver atrás.

Todo este tiempo en el que he permanecido anestesiado y flotando bajo las hoy miasmas del ecosistema conyugal, no me ha permitido ver con claridad lo que ha estado sobre el tapete del asunto.

Releyendo al sociólogo polaco Zygmun Bauman entendí que de todos los impulsos naturales del ser humano, el deseo sexual ha sido históricamente el más irrefutable, obvia y unívocamente social. Lo padecemos todos y casualmente todos necesitamos de otro para llegar al nirvana. El vértice que se nos escapa es que no todos estamos preparados para afrontar la condena que significa saber que la persona que anteriormente creías única, puede transformarse en el peor de tus enemigos, en el peor de tus verdugos y vas a tener que convivir con la idea de que esa otra mitad que te hacia completo, es la que hoy te condena.

En efecto, hoy no tengo más que rendirme al futuro que alguna vez supo vaticinar. Mi relación vivió fluctuando entre el mejor de los sueños y la peor de las pesadillas con el agregado que nunca podemos advertir cuando se trataba de una y cuando de otra.

Alguna vez, el Heidegger argentino, Ringo Bonavena, dijo que la experiencia era el peine que te da la vida cuando te quedabas calvo. Hoy, la frase reflota con más vitalidad que nunca. Como sostuvo el filósofo alemán, las cosas se nos revelan a la conciencia solamente a través de la frustración que generan cuando las mismas se comportan arruinando lo que se creía que rozaba la perfección.

Angélica y su ex, no han hecho nada inusual, Cuevas, sólo que nosotros las amábamos de una manera tan especial que llegamos a colocar la relación en el escalafón más alto de nuestras prioridades y la satisfacción que esperábamos de las que creíamos nuestras medias naranjas, fue inversamente proporcional al sufrimiento que en la actualidad debemos padecer.

El sexólogo alemán Volkmar Sigusch supo decir que todas las expresiones y metamorfosis de relaciones íntimas en pleno auge llevan consigo la misma máscara de felicidad que en otro tiempo llevó el amor marital y luego el amor libre; y que en cuanto nos acercamos a ella y empezamos a quitar esa máscara, nos encontramos con anhelos insatisfechos, nervios destrozados, amores desengañados, heridas, miedos, soledad, hipocresía, egoísmo y repetición compulsiva. A partir de hoy, yo soy uno más del club.

Quedo a la espera de un guiño de ojo de su parte frente a este presente destructivo y con la expectativa de conformar el ejército nacional de anarquistas del amor, en pos de revindicar aquellos corazones víctimas del parricidio amoroso de mujeres despechadas y sentimentalmente intermitentes. Para que duela menos, cada día más.

A su entera disposición, Watson.

Nota: Creo que es el mejor de los momentos para reafirmar lo que Marx dijo hace mucho tiempo: “la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como parodia”.

Hasta acá llegó mi amor.