domingo, 1 de noviembre de 2009

CASAS, BURTON Y EDWARD BLOOM


Qué querés para tu vida, es una buena pregunta para hacerse justo a tiempo. En realidad, la retórica toma esa forma cuando las decisiones importantes corren por tu propia cuenta. Antes, la misma incertidumbre se escondía bajo formas más sutiles.

Recuerdo la etapa de mi jardín como si fuera ayer. El 907 en la intersección de Rodríguez Peña y Lavalle. El olor a tilo y la arena en las zapatillas. Mis compañeros y yo en ronda, y las maestras preguntándonos qué queríamos ser cuando fuéramos grandes. Recuerdo también la mayoría de las respuestas girando entre policía, bombero o la profesión que ejercieran nuestros respectivos padres de turno.

A mí, designar que quería para mi vida siempre me dejó pensando. Debe ser por la antipatía a las profesiones comunes o por la ausencia de mi viejo, al que nunca tuve como referencia en nada.

Después salía de ahí y estaba ella, mi abuela, impecable, para cruzar la calle y llevarme a su casa hasta las 9 de la noche. Supongo que eso de cortarme solo y apelar a la independencia lo mamé ahí, forzado por la rutina de mi infancia, que puede traducirse de la siguiente manera: me levantaba a las 7 y como mi vieja tenía que trabajar me dejaba en la casa de mis abuelos, de 13 a 17 iba al jardín, y de ahí, vuelta a la casa de mis abuelos, hasta que se hicieran las 9 de la noche y me pasaran a buscar para volver a casa. Al otro día, símil. Lo que variaba era el clima.

Así que, como quien no quiere la cosa, empecé a ejercer el autismo a temprana edad. Siempre forcé la imaginación porque al estar rodeado de dos personas lo suficientemente grandes como para jugar conmigo, tenía que mantener la cabeza ocupada en algo. Se sabe, el medio condiciona a la especie.

Hace poco, releí Ensayos Bonsái, y es asombroso como no dejo de mimetizarme con algunas de las cosas que Casas escribe de los tiempos en que con sus amigos de Boedo, se pasaban las horas tratando de comprender el mundo en el que vivirían. Y dice Kaspar Houses: “rápidamente, de este lado del río, nos pusimos de parte de los locos, los delirantes, aquellos de quienes se contaban historias fantásticas que nosotros repetíamos porque, entre otras cosas, no queríamos ser como nuestros padres”. Amén.

En fin, una sugestiva aproximación a nuestro objeto de estudio, podría llegar a arrojar esta primera conclusión:: la importancia de lo que queremos para nuestra vida se metamorfosea en una decisión importante, cuando la pregunta pasa de la plebe a la propia conciencia. Es decir, del plural de la tercera persona al singular de la primera.

Pero gastemos otra bala en el flashback. A veces, ese mundo alucinatorio -pero más prometedor que el real- se desprendía de los dibujitos que consumía en las meriendas, otras, eran situaciones forzadas. Lo cierto es que en esos letargos virtuales empecé a responder la pregunta de lo que quería para mi vida.

En “El Gran Pez” de Tim Burton, el personaje central, Edward Bloom –interpretado en diferentes momentos de su vida por Ewan McGregor y Albert Finney- recibe la visita de su hijo, que llega desde Francia para pasar junto a él, los últimos días de su vida. Billy Crudup –el hijo en sí- reniega de la forma de interpelación que su padre eligió para su vida con él. Es decir, no le cree ninguna de las fábulas que éste le cuenta, hasta que empieza a descubrir que las mismas no eran productos de la imaginación de su progenitor, si no la realidad en sí.

La película tiene mucho que ver con la vida del propio director. De chico, Burton vivía en un pueblo chato de California, llamado Burbank. Para evitar empezar a cocinarse a fuego lento por la vorágine californiana, Tim construyó mundos paralelos con historias fantásticas que se destacaban, precisamente, por su completo y total desinterés por el realismo.

Comentario al margen: es igualmente de llamativo como el ser humano se identifica con las manifestaciones artísticas, que a posteriori creen que representan un aspecto –o varios- de su personalidad. Yo me acabo de dar cuenta que soy Burtoniano a full. Que me importa un bledo el realismo.

Pero volvamos a la película. Para mí, el verdadero acierto de “El Gran Pez” es la delgada línea roja que separa a lo real de lo ficticio. La realidad es mucho más compleja que la ficción, dijo alguna vez, Sherlock Holmes. Y a esa afirmación, Burton le encuentra el punto G.

Y alega Burton sobre estas cuestiones: “Lo que es real y lo que no es real, especialmente cuando vas a los recuerdos y a las historias de la infancia, es muy difuso”. Letal.

Hace un tiempo, tuve la suerte de entrevistar a Casas y me confirmó en persona algo que una vez leí en Ensayos Bonsái, bajo la forma de un viejo adagio oriental. Dijo el Spleen de Boedo: “Me di cuenta que no necesito tener muchas cosas, que tenés que liberarte de los apegos, eso te mata. Me di cuenta que aprendí a vivir con lo esencial”.

A mí, eso me pareció notable porque me di cuenta que el tipo piensa y vive como escribe y eso no es común a todos los escritores. En ese sentido, Casas –a pesar que sostenga que no tiene imaginación- también es Burtoniano, no porque le importe un bledo el realismo, sino porque es alguien que en sus obras, siempre está buscando la voz extraña para esgrimir el imperio de los sentidos sobre el estado de las cosas, sin traicionar su filosofía de vida al narrar. Es congruente en teoría y práctica.

Pero volviendo a Burton, en una nota que dio para Clarin en el año 2004, el periodista le preguntó cómo analizaba que, viniendo de un ambiente tan convencional, su imaginación sea tan extravagante. “La única manera en que puedo analizarlo es que uno busca lo que no tiene en la vida. Si crecés es un ambiente suburbano, cuadrado y aislado, te interesan cosas más oscuras como una reacción contra eso”.

Creo que este ensayo podría acoplársele a otro que publiqué hace poco, titulado “There´s a place”. Quizás más adelante escriba la sucesión de éste sólo para cumplir algún deber metafísico de condensar una trilogía. No lo sé aun.

Lo que sí sé, es que decidí empezar a regirme por el principio Burtoniano. Consignar lo que quiero para mi vida sigue siendo una deuda retórica, pero si sé lo que no quiero. Por ende, he aquí la conclusión de todo esto: voy a dejar este trabajo neurótico lleno de garcas y monitores para empezar a vivir de manera más congruente con lo que narro. Como Casas, como Burton*.

Supongo que en algún lugar del mundo del cine, Edward Bloom consentirá el fallo.

*Pretender alcanzar alguna de sus obras es pedir mucho.

4 comentarios:

·SO· dijo...

Cada vez que te escucho/leo hablar del Gran Pez me cuestiono que no me causó tal admiración como a vos.. creo que ahora entiendo porqué!

... ojo, que trabajar para con garcas.. también alimenta tu imaginación.. son tu suburbio californiano!! pero corrupto y mucho más careta!!

casiopea dijo...

cada vez que la veo lloro.... me emociona hasta el ridiculo! Felicitaciones por la conclusion... era hora.... :)

ID dijo...

estoy con Casiopea...
te felicito por la conclusión y por darnos fuerzas para concluir...
No te olvides que soy más viejo que vos y los ancianos somos soberbios. Entonces: bienvenido al rebaño de los renunciantes! -en eso si estoy orgulloso de mi-je
cabiku

jimenaser dijo...

Será la realidad mas compleja que la ficción¿? no es una pregunta retórica, simplemente creon que es de esos interrogantes a los que nadie puede contestar.