jueves, 26 de noviembre de 2009

MORA CORIA


Este blog para sus rotativas para presentar en sociedad la nueva obra de my friend Ezequiel, titulada Mora. Llegó a esta dimensión el pasado viernes 20, con un peso de 3.800 gramos.

Así que, entre tantas aberraciones diarias, vale la pena resaltar la llegada de vida por estas latitudes.

Dear Mora, en nombre de los que habitamos este mundo te pido disculpas por el estado de las cosas, el avanzado efecto invernadero y por Tinelli. Be careful y ten paciencia -con tu viejo, sobre todo-.

Chiste, Ezequiel.

Se aprovecha la ocasión para saludar a una madre con todas las letras, Camila, a quien vi el día del parto y la noté levemente hinchada. También, a su padrino Ignacio, a quien vi el mismo día y lo noté excesivamente borracho.

Sean felices, coman perdices y cuenten con quien escribe para lo que necesiten (en ese orden, por favor)

Nota: El acontecimiento me hizo replantear la posibilidad de tener un hijo, pero la descarté al instante.

El autor.

jueves, 19 de noviembre de 2009

CASAS CON DIEZ PINOS


Hace tiempo que quería entrevistar a Fabián Casas. Lo descubrí a mediados del año pasado, cuando leí su última criatura “Ensayos Bonsái”. El tipo me dio vuelta la cabeza y desde ahí me hice fanático de todo lo que drena. Una especie de Mark Chapman reprimiendo su instinto asesino. Después leí “Ocio” seguido de “Los veteranos del pánico”, “Oda” y “El Salmón”. Tengo una cuenta pendiente con “Los Lemmings” cuya edición se agotó y aun no he podido rastrear. Lo cierto es que no podía encontrarlo por ninguna parte, no tenía su mail y él no usa celular. La nota –por ende- empezó a formar parte de esa lista de cosas que uno quiere llevar a cabo en su vida, pero no sabe cuando.

La suerte cambió una noche en la que el destino hizo que me lo cruzara en el hall del teatro Gran Rex, en la antesala del concierto que dio Ricky Lee Jones. Yo estaba con Ignacio y mientras el saludaba a un escritor cuyo nombre no recuerdo, a mi me pareció ver a alguien muy parecido a Casas y comencé a salirme de la vaina por averiguar si mi apreciación era correcta. Me fui al humo. Mientras le hablaba, el tipo fruncía las cejas y debo reconocer que por momentos, internamente escatimé con la posibilidad de que me mandara a la mierda o me dijera “no soy el que buscas”.

No fue así, me dio su mail y acordamos hacerla a la vuelta de su estadía por Córdoba, donde había ido a dar una clínica de poesía. Salió algo que dice más o menos así…

Siempre estoy buscando la voz extraña

Sobre una mesa pegada contra una pared, en un bar de Puerto Madero, detrás de unos anteojos de marco grueso, hay un hombre que pestanea, que sorbe café, se lleva la mano al mentón y se inclina hacia atrás para responder. El hombre habla rápido y se llama Fabián Casas. Está contando una experiencia lejana en el tiempo, una anécdota que hace achinar los ojos y que derivó de alguna bifurcación sobre una pregunta que buscaba averiguar que epitafio pondría en su tumba.

“No tengo ni dinero ni recursos ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, pensaba que era un artista, ya no lo pienso, yo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. No hay más libros que escribir.¿Entonces esto qué es? No es un libro. Es un líbelo, una difamación. Es un prolongado insulto, en escupitajo arrojado a la cara del arte, un puntapié en el culo de Dios, del hombre, del destino, del tiempo, del amor, de la belleza…” lo dijo Casas, de memoria, sin embargo esas palabras no le pertenecen -al menos en el sentido estricto de autoría-, se las tomó prestadas al Miller de Trópico de Cáncer, la voz extraña que le dictaba poemas a Rimbaud.

Tampoco es su epitafio, esas son cosas que se van a desarrollar en su debido tiempo o cuando la nota lo exija, antes se había empezado a hablar sobre los géneros, sobre su prosa y sobre los diversos análisis que se pueden hacer de ella.

¿Sos conciente que podés estar creando un nuevo género que parta de lo autobiográfico hacia los cruces de distintas disciplinas?

Me es difícil pensar si yo lo puedo decir. A mi me parece que cuando vos estas muy consciente de tu trabajo y te inventas una formula, automáticamente eso te va a ir en contra. Trato siempre de no pensar mucho. Yo si puedo reflexionar sobre cosas que suceden, sobre libros que leo, soy más lector que escritor, porque leo mucho todos los días, diferentes libros y no escribo mucho, dreno muy poco. Y yo estoy bien así, No es que tengo una ansiedad, tengo 10 libros publicados y eso ya es un montón, tengo 44 años, ya está.
Voy tranquilo, inclusive entre cada libro de poesía había 7 años de diferencia. Montale, que es un poeta italiano que a mi me gusta mucho, tardó 17 años entre cada uno y es un genio. Entonces, me parece que publiqué muy rápido todo.
Lo que te quiero decir es que muchas veces me parece que esas cosas sobre el trabajo de cada uno, sobre si estoy creando un nuevo género o cosas que escucho que me lo han dicho, son las que trato de no pensar, porque me parece que es involutivo para mi. Yo pienso que si vos te pensás dentro de la literatura, te impide escribir, si te pensás dentro de la filosofía te impide pensar filosofía, me parece que está mejor que sea algo vital, que esté conectado con la vida y que esté fuera de los parámetros cuando trabajo, porque cuando trabajas esos parámetros no sabes bien que escribís y yo me doy cuenta que algo funciona bien cuando estoy trabajando en estado de incertidumbre y me da vergüenza ajena lo que escribo. Si yo escribo algo que automáticamente siento que está escrito por mi, trato de trabajar y de intervenirlo para que se vuelva una voz extraña.
No reflexiono mucho sobre mi escritura como para decirte estoy creando una nueva voz, trato de ni pensarlo a eso, de hecho me pasó que después que salio “Los Lemmings” hubo como mas demanda, empezó a haber otro público mas grande, distinto al que podía leer poesías mías, con gente de diferente tipo y edad, y yo ahí tuve como cuidado no tener que escribir para alguna demanda porque todos te dicen “¿Y? ¿Cuándo hay más?” “¿Cómo continúan Los Lemmings?”
Yo siempre trabajé con tranquilidad, sin ningún tipo de demanda, para mi la literatura es algo que se va terminando de hacer muy de a poco, yo hago periodismo, vivo de otra cosa, no tengo la necesidad de vender libros.
Si algún día mis libros se empiezan a vender un montón, dejaría de laburar y viviría de los libros, pero tampoco me preocuparía mucho en sacar un libro por año, no forma parte de mi naturaleza, no puedo hacerlo.

¿Qué te pasa cuando te encasillan en un determinado lugar, como en el caso de Campos Becerra: amarrado a la fatalidad o que apelás mucho a reflejar la experiencia del desencanto en tu narrativa, como en “Ocio”, por caso?

Me parece que son lecturas que están ahí, yo respeto todas las lecturas, me parece que algunas están buenas, hay lecturas de algunos críticos que vos decís “mira que bueno que dijo eso, no lo pensé así”. Está bueno que alguien escriba sobre uno, que alguien se tome el trabajo de reflexionar sobre lo que uno hace. Soy un agradecido a eso.
Lo de la fatalidad puede ser, se puede ver de esa manera, porque todas las cosas que rodean a “Ocio” tienen como una narración de depresión, de gente que ha perdido cosas. A mí me gusta mucho Schopenhauer que es mi maestro filosófico que dice: “la vida es algo horrible, voy a dedicar la mía a reflexionar sobre esto” y yo me identifico con eso.

¿Qué principios respetas a rajatabla cuando escribís?

El principio de escuchar la voz extraña, cuando escribo algo yo escucho una voz que es la mía, que la identifico y digo “esta es mi voz, lo escribí yo y me satisface” y bueno, voy en contra de eso, a esto no lo publico, lo trabajo y trato de que el texto drene y se convierta en algo extraño, que haga surgir en mí la voz extraña. Eso busco.

Del Casas de “18 Whiskys” y “Un huevo y medio” al actual, ¿qué cosas en tu narrativa fueron cambiando?

Hay cosas que se mantienen inalterables. Siempre entendí a la literatura como algo colectivo o sea, siempre escribí con mis amigos, siento que lo que escribo se lo tengo que mostrar, que es un grupo de gente con la que discuto. O sea, yo estoy escribiendo acá una puntita de la literatura pero hay otra gente que está escribiendo otra cosa contraria a lo mío, y por suerte, conviven las dos cosas en una paleta de colores que refleja que todo no es igual, sino que se refrescan, se chocan, se cruzan. Me encanta eso, sentir que se está trabajando con un montón de gente. Eso es lo que yo aprendí de chico y me parece que es lo que se mantiene.
Después, en lo personal empecé a respetar las historias que venían y su forma, es decir, a veces venían con una respiración más corta, entonces era un poema y a veces venían con una respiración más larga, entonces era prosa. Pero para mi parte todo de lo mismo, que es una musiquita que empiezo a escuchar en mi cabeza.


“Cuando tenía 21 me las tomé, estaba en la mitad de la carrera de la facultad y me fui de viaje dos años. Hice Bolivia y todo el norte argentino, Perú, Ecuador y Colombia y me quedé viviendo en el amazonas como medio año. La gente con la que me crucé, ahí aprendí que en los cruces está lo más interesante. Me tocaba un alemán de guita, un boliviano que no tenía un mango, un boliviano millonario. Fui tomando de todos ellos y me liberaron del miedo social, no tengo miedo social, no tengo miedo a perder el laburo, no me importa eso. Tengo otros miedos como que le pase algo a mis seres queridos y esas cosas, pero no miedo social. Me di cuenta que podía andar por el mundo así, sin nada de plata y ser feliz. Me di cuenta que no necesito tener muchas cosas, que tenés que liberarte de los apegos, eso te mata. Me di cuenta que aprendí a vivir con lo esencial, cuando viajas no podés tener una súper mochila y en la vida lo mismo, tenés que tener lo esencial, tenés que tener libros, libertad personal”.

A Casas esa experiencia le partió la vida en dos. También rememorarla lo llevó a acordarse del Miller de Trópico de Cáncer, sin lugar a dudas uno de los libros más significativos para él. En ocasiones anteriores y bajo otras circunstancias, ese libro le sirvió de bocanada de aire en lugares de pasillos desinfectados y caldo que se recalientan para servirse en el almuerzo. Ahora Casas, se acuerda de ese viaje y achina los ojos y es el cuadro que se describió al comenzar esta entrevista. Ese es el momento.
Cuando volví del encuentro, tenía cierta emoción interna, sentí una estimulación propia de haber conocido a alguien que quería conocer y haberme llevado una agradable imagen. Con frecuencia estas cosas no pasan. Creo que a Casas le pasó lo mismo cuando entrevistó a Solari por primera vez, aunque después se decpcionó
En fin, recuerdo que caminé por Corrientes súper estimulado, que esa noche tocaba Cat Power en el Gran Rex y la noche anterior, Estudiantes había ganado la Copa América. Recuerdo que llegué a casa y me puse a desgrabarla. Todo venía bien hasta que el reporter comenzó a ser un ruido extraño que tapaba la voz de Casas. Entendí que sobre el final de la entrevista, el artefacto se había quedado sin pilas.
Lo llamativo del infortunio fue que -sin embargo- recordaba sus gestos y algunas palabras me habían quedado grabadas. Recuerdo que habló sobre sus comienzos como escritor con sus compañeros contemporáneos de “18 whiskys”, dijo que eran muy frontales y que con frecuencia apelaban a la honestidad brutal sobre las cosas que escribía y le disparaban frases de índole: “ché, este poema es una mierda”. Casas asegura que eso lo ayudó, pero que al principio le chocaba, “de hecho no le hablaba a algunos por unas semanas, hasta que después me di cuenta de que trabajábamos de verdad, porque lo importante era la poesía y no tanto el ego del otro”.
Después de eso, seguimos hablando de Spinetta y su enojo hacía Casas por el ensayo “La reacción” publicado en “Ensayos Bonsái” y la revista “La Mano” donde hizo notar ciertas declaraciones de derecha del músico, que Casas no dudo en tildar como estupideces, de Solari – también escribió sobre él en la misma revista- y de algunas decepciones, con una serie de preguntas que por suerte fueron captadas íntegramente por el grabador.

Tenés cierto desengaño con tus ídolos de tu adolescencia, por caso Solari o Spinetta. ¿Qué cosas te llevaron a esa especie de desilusión?

Son como cosas muy puntuales. Para mí, Spinetta es un genio, un grande total. Me parece un músico increíble. Lo que pasa y lo que yo noto es que la gente está muy acostumbrada a que cuando vos decís que alguien es increíble lo tenés que tomar completo siempre. Entonces si vos decís que el tipo es increíble, también tiene que tener buen olor, es hermoso, todo lo que va a decir es genial y yo en realidad trato de tener relaciones honestas con las cosas. Digo: esto es increíble en esto y en esto otro me parece un cuadrado, un boludo, trato de tener no una relación de idolatría estúpida, sino una relación directa y buena como me gustaría que tenga conmigo cualquier persona, no como escritor, sino cualquier persona por cualquier relación.
Aparte las personas son seres complejos, hay gente que tiene momentos buenos, momentos malos. Spinetta es un genio como músico y hay un montón de cosas que no comparto de él, como cuando salió a decir al igual que Susana Giménez que había que matar a todos los que mataban.
Entonces yo analizo un fenómeno de una persona y digo lo que pienso. Trato de tener relaciones reales y no ideales con todas las personas, no sólo con Spinetta o Solari, sino también con mis amigos.

¿Por qué crees que llega un momento dónde les puede molestar que se realicen ciertas apreciaciones?

Eso que vos decís, también les pasa a algunos escritores. Eso es una muestra de esclavitud porque están todo el tiempo pendiente de representar un poder, tenés que ser siempre el mejor o tal. Eso te convierte en un esclavo porque una persona que no tiene necesidad de representar un poder, está tranquilo. No está diciendo “necesito esto y esto o que todo se mueva en función de algo”. Están en una etapa pre descubrimiento que la tierra gira alrededor del sol. Tranquilo. No pasa nada.

De tu primera entrevista al Indio en su casa de Ramos Mejía, hasta la última donde fuiste invitado por la revista La Mano para escribir en el especial de su último disco y estuviste en su casa de Parque Leloir, ¿qué cosas crees que cambiaron de él?

Yo cuando fui a esa primera entrevista, era chiquito y fue como súper estimulante, porque salí de la casa prendido fuego y queriendo hacer cosas y esta vez salí deprimido. Fue un almuerzo desnudo, que fue lo que puse en La Mano, una comida fría.
Yo personalmente no lo conozco, pero lo que vi ahí, es una persona súper vigilada, súper encerrada en sí misma, me parece que perdió espontaneidad, perdió riesgo, perdió peligro, que son las cosas que a mi me gustan en un artista.

Da la impresión que Casas está harto de explicar estos temas. Los habla más rápido que lo normal y le resta importancia. El mozo volvió para dejar la cuenta y se hizo una especie de silencio. Me vino a la mente una película que mire el día anterior y me dieron ganas de compartir la trama y hacerle una pregunta que derive de ella. Sobre la mesa de al lado, de espalda a Casas había un par de personas mayores y ahora supongo que quizás ese contexto ayudo a que la pregunta aflore, tiene que ver con la muerte y con la forma de verla que tienen los orientales. No es que vea a la muerte como un suceso eufemista sino que con frecuencia me sucede un fenómeno bastante particular y creo que al mismo tiempo algo que le debe suceder a mucha gente: después de ver una determinada película, si me gustó mucho quedo fuertemente impregnado de las cosas que transmite durante una cierta cantidad de días posteriores –al menos tres-.
Lo cierto es que se lo comenté, pero antes, también quería saber sobre sus estados pos escritura, no se por qué esos momentos me llaman la atención.

¿Te pasa qué cuando terminas de escribir un ensayo o algo, tenés la sensación que pudiste condensar un tema o abarcarlo de una mejor manera?

A veces si y a veces no. A veces siento que el mismo ensayo quedó en un estado de pregunta por responder. Es un ensayo y me gusta que tenga un devenir, acercarse a algo y ver que pasa y errar por lo general pero en eso queda algo, queda una pregunta, una incertidumbre, queda algo vital que se vivió.

Hace un tiempo empezaste a escribir una novela que se llama Titanes del coco, ¿en qué está ese proyecto?

A Titanes del Coco lo estoy trabajando. Lo trabajé durante un año, después me di cuenta de que era un cuento subsidiario de Los Lemmings, escrito de la misma manera y eso no me satisfacía, era como un texto que lo podía publicar y ya está y entonces lo empecé a intervenir, a erosionar hasta que me empezó a satisfacer y está ahí, no sé cuando lo voy a continuar.
Yo a Ocio tarde cuatro años en escribirlo y son 70 páginas. A los textos los voy dejando ahí, los escribo, los guardo, después los saco, los leo. Me doy cuenta de que algo que me parecía muy increíble, con el tiempo me doy cuenta que no es tan así. El escritor tiene que trabajar siempre en contra de su habilidad, eso es parte del Karate.

Acabo de ver una película de Kore-eda, se llama “After Life”. La trama se basa en la muerte. La gente muere y antes de pasar al cielo, permanece flotando una semana dentro de una escuela secundaria donde tiene tres días para elegir deliberadamente el momento y la sensación que quiere llevarse consigo para siempre. Una vez que eligieron ese recuerdo, un par de asesores llevan a cabo un film donde rememoran ese instante y la gente parte con ese único recuerdo grabado en sus memorias para siempre.
Si te tocara morir hoy, ahora, en este instante… ¿Vos con qué secuencia de minutos de tu vida te quedas? ¿Con qué sensación?

Hay un momento muy emocionante de mi vida, que en realidad son muchos. Yo me acuerdo de estar siempre en el taller de mi padrino que es la persona más importante de mi vida. Mi padrino se llamaba Bruno y era italiano. Se hizo muy amigo de mi papá, era tallista y se vino a la Argentina a hacer esa profesión. Estuvo en la guerra mundial y vino a mi casa, era una persona muy instruida, era profesor y docente. Mi papá le hizo un taller muy hermoso y el ahí tallaba madera. Yo pasé muchas tardes de la infancia en ese taller, el me hablaba de la guerra, de los griegos y yo pasaba mucho tiempo ahí, escuchándolo. Sin lugar a dudas me llevaría ese momento. Hay un poema que escribí en “El Salmón” dedicado a él.

Ya que estamos con este tema de la muerte y para terminar con esta historia ¿Cuál sería tu epitafio?

No pondría una frase. Yo pondría la letra entera de “Una casa con diez pinos” de Manal. La escribió Javier Martínez. ¿La escuchaste alguna vez?

No, me dije y ahora que estoy escuchando la parte del estribillo es cuando me doy cuenta que le melodía me suena, que ya la escuché pero que no me puse en estado de atención para poder oirla, que no le dediqué tiempo. A lo mejor es como dice Casas, pienso, que en la cultura de la exposición la invisibilidad es un don, porque esa letra era hasta el momento imperceptible para mí.

“Una casa con diez pinos, hacia el sur hay un lugar, ahora mismo voy allá, porque ya no puedo más, vivir en la ciudad. Entre humo y soledad, nada más que respirar, nunca más, nunca más, en la ciudad. Un jardín y mis amigos no se puede comparar con el ruido infernal de esta guerra de ambición, para triunfar y conseguir dinero nada más, sin tiempo de mirar un jardín bajo el sol antes de morir. No hay preguntas que hacer, una simple reflexión, sólo se puede elegir, oxidarse o resistir, poder ganar o empatar, prefiero sonreír, andar dentro de mí, fumar o dibujar. ¿Para que complicar?”

A mediados de 2007, Casas fue distinguido en Alemania con el premio Anna Seghers y al recibirlo dio un discurso sobre un zapatero, también habló sobre la imposibilidad de establecer conceptualmente lo que es poesía y de las civilizaciones totalitarias y su inseparable destino a ser reconocidos por la dentadura si no se termina de engendrar el horror y la muerte.

Entre todas esas cosas, ahora que termino de leer su discurso, hay una que me llamó la atención por sobre las otras. Habló de los escritores que le gustan y la forma en que llegó a ellos. Dijo que no habían ido a buscarlos desde los desmesurados aparatos editoriales sino que se los había encontrado de forma irremediable cuando era necesario que así sucediera. Me quedé pensando en eso y en la forma en que me lo encontré a él. Caí en la cuenta de que había algo de eso, que no fue algo forzado conocerlo sino algo que estuvo regido bajo el estigma de la casualidad, necesaria si, pero casual ante todo. Su nombre es Fabián Casas, pero pueden decirle Kaspar Houses.

domingo, 8 de noviembre de 2009

ME PUBLICAN!


La historia fue así. Hace un tiempo, me llegó un mail de la Editorial Raíz Alternativa invitándome a participar de un concurso sobre narrativa.

Decidí enviar tres cuentos, el día límite en el que cerraba la fecha de participación. Pues bien, hace pocos días, desde la misma editorial, me enviaron a mi casilla el siguiente correo:

Estimado Escritor/a Uriarte, Germán:

"Me dirijo a ud. con sumo agrado, a fin de comunicarle que nuestro jurado ha preseleccionado sus obras (NELY - MILKWAUKEE - ARBITRARIEDAD) para que sean incluidas en la XXXIX antología «Latinoamérica Escribe».

De un total de 415 participantes, ud. ha sido preseleccionado por considerarlo nosotros entre los 105 mejores autores. El propósito que nos lleva a realizar esta labor, es dar a conocer a los nuevos poetas y narradores, valiosos artistas que generalmente se pierden en el anonimato.

La tirada del libro será de aproximadamente 2050 ejemplares y la posibilidad de distribuirse en bibliotecas y entidades de bien público, Talleres literarios, Encuentros culturales, Envíos postales a escritores de anteriores certámenes; entregas en Casas de Provincias, Donaciones a Escuelas, etc...”

Así que voy a ser traspasado a papel, junto a otros escritores sudacas -como yo-. Me corresponden 8 páginas de la obra en cuestión, que sale a principios de abril del 2010.

En fin, como diría Cerati en alguna entrega de los Premios Gardel: "A todos los que les hice creer la ilusión de que soy bueno. Los engañé."

Pero ahora ya es tarde. La cagada ya está hecha. Voy a ser publicado por primera vez. Pierdo mi virginidad literaria días antes de cumplir 25 años. Y estoy contento por eso.

Muy contento por eso.

Bueno, en realidad… no tanto. Sólo lo normal.

Les confieso algo. En momentos como este, suelo decir algunas frases genuinas que tiran clichés verborrágicos de índole demagógicas. Por ejemplo, digo cosas como "Los quiero mucho".

Pero a la brevedad, vuelvo a caer en la trampa de la honestidad brutal que desemboca en el sincericidio. Así que… en realidad, no los quiero tanto.

Pero les estoy eternamente agradecido.

El autor.

domingo, 1 de noviembre de 2009

CASAS, BURTON Y EDWARD BLOOM


Qué querés para tu vida, es una buena pregunta para hacerse justo a tiempo. En realidad, la retórica toma esa forma cuando las decisiones importantes corren por tu propia cuenta. Antes, la misma incertidumbre se escondía bajo formas más sutiles.

Recuerdo la etapa de mi jardín como si fuera ayer. El 907 en la intersección de Rodríguez Peña y Lavalle. El olor a tilo y la arena en las zapatillas. Mis compañeros y yo en ronda, y las maestras preguntándonos qué queríamos ser cuando fuéramos grandes. Recuerdo también la mayoría de las respuestas girando entre policía, bombero o la profesión que ejercieran nuestros respectivos padres de turno.

A mí, designar que quería para mi vida siempre me dejó pensando. Debe ser por la antipatía a las profesiones comunes o por la ausencia de mi viejo, al que nunca tuve como referencia en nada.

Después salía de ahí y estaba ella, mi abuela, impecable, para cruzar la calle y llevarme a su casa hasta las 9 de la noche. Supongo que eso de cortarme solo y apelar a la independencia lo mamé ahí, forzado por la rutina de mi infancia, que puede traducirse de la siguiente manera: me levantaba a las 7 y como mi vieja tenía que trabajar me dejaba en la casa de mis abuelos, de 13 a 17 iba al jardín, y de ahí, vuelta a la casa de mis abuelos, hasta que se hicieran las 9 de la noche y me pasaran a buscar para volver a casa. Al otro día, símil. Lo que variaba era el clima.

Así que, como quien no quiere la cosa, empecé a ejercer el autismo a temprana edad. Siempre forcé la imaginación porque al estar rodeado de dos personas lo suficientemente grandes como para jugar conmigo, tenía que mantener la cabeza ocupada en algo. Se sabe, el medio condiciona a la especie.

Hace poco, releí Ensayos Bonsái, y es asombroso como no dejo de mimetizarme con algunas de las cosas que Casas escribe de los tiempos en que con sus amigos de Boedo, se pasaban las horas tratando de comprender el mundo en el que vivirían. Y dice Kaspar Houses: “rápidamente, de este lado del río, nos pusimos de parte de los locos, los delirantes, aquellos de quienes se contaban historias fantásticas que nosotros repetíamos porque, entre otras cosas, no queríamos ser como nuestros padres”. Amén.

En fin, una sugestiva aproximación a nuestro objeto de estudio, podría llegar a arrojar esta primera conclusión:: la importancia de lo que queremos para nuestra vida se metamorfosea en una decisión importante, cuando la pregunta pasa de la plebe a la propia conciencia. Es decir, del plural de la tercera persona al singular de la primera.

Pero gastemos otra bala en el flashback. A veces, ese mundo alucinatorio -pero más prometedor que el real- se desprendía de los dibujitos que consumía en las meriendas, otras, eran situaciones forzadas. Lo cierto es que en esos letargos virtuales empecé a responder la pregunta de lo que quería para mi vida.

En “El Gran Pez” de Tim Burton, el personaje central, Edward Bloom –interpretado en diferentes momentos de su vida por Ewan McGregor y Albert Finney- recibe la visita de su hijo, que llega desde Francia para pasar junto a él, los últimos días de su vida. Billy Crudup –el hijo en sí- reniega de la forma de interpelación que su padre eligió para su vida con él. Es decir, no le cree ninguna de las fábulas que éste le cuenta, hasta que empieza a descubrir que las mismas no eran productos de la imaginación de su progenitor, si no la realidad en sí.

La película tiene mucho que ver con la vida del propio director. De chico, Burton vivía en un pueblo chato de California, llamado Burbank. Para evitar empezar a cocinarse a fuego lento por la vorágine californiana, Tim construyó mundos paralelos con historias fantásticas que se destacaban, precisamente, por su completo y total desinterés por el realismo.

Comentario al margen: es igualmente de llamativo como el ser humano se identifica con las manifestaciones artísticas, que a posteriori creen que representan un aspecto –o varios- de su personalidad. Yo me acabo de dar cuenta que soy Burtoniano a full. Que me importa un bledo el realismo.

Pero volvamos a la película. Para mí, el verdadero acierto de “El Gran Pez” es la delgada línea roja que separa a lo real de lo ficticio. La realidad es mucho más compleja que la ficción, dijo alguna vez, Sherlock Holmes. Y a esa afirmación, Burton le encuentra el punto G.

Y alega Burton sobre estas cuestiones: “Lo que es real y lo que no es real, especialmente cuando vas a los recuerdos y a las historias de la infancia, es muy difuso”. Letal.

Hace un tiempo, tuve la suerte de entrevistar a Casas y me confirmó en persona algo que una vez leí en Ensayos Bonsái, bajo la forma de un viejo adagio oriental. Dijo el Spleen de Boedo: “Me di cuenta que no necesito tener muchas cosas, que tenés que liberarte de los apegos, eso te mata. Me di cuenta que aprendí a vivir con lo esencial”.

A mí, eso me pareció notable porque me di cuenta que el tipo piensa y vive como escribe y eso no es común a todos los escritores. En ese sentido, Casas –a pesar que sostenga que no tiene imaginación- también es Burtoniano, no porque le importe un bledo el realismo, sino porque es alguien que en sus obras, siempre está buscando la voz extraña para esgrimir el imperio de los sentidos sobre el estado de las cosas, sin traicionar su filosofía de vida al narrar. Es congruente en teoría y práctica.

Pero volviendo a Burton, en una nota que dio para Clarin en el año 2004, el periodista le preguntó cómo analizaba que, viniendo de un ambiente tan convencional, su imaginación sea tan extravagante. “La única manera en que puedo analizarlo es que uno busca lo que no tiene en la vida. Si crecés es un ambiente suburbano, cuadrado y aislado, te interesan cosas más oscuras como una reacción contra eso”.

Creo que este ensayo podría acoplársele a otro que publiqué hace poco, titulado “There´s a place”. Quizás más adelante escriba la sucesión de éste sólo para cumplir algún deber metafísico de condensar una trilogía. No lo sé aun.

Lo que sí sé, es que decidí empezar a regirme por el principio Burtoniano. Consignar lo que quiero para mi vida sigue siendo una deuda retórica, pero si sé lo que no quiero. Por ende, he aquí la conclusión de todo esto: voy a dejar este trabajo neurótico lleno de garcas y monitores para empezar a vivir de manera más congruente con lo que narro. Como Casas, como Burton*.

Supongo que en algún lugar del mundo del cine, Edward Bloom consentirá el fallo.

*Pretender alcanzar alguna de sus obras es pedir mucho.