lunes, 24 de agosto de 2009

EL CUENTO DE MI VIDA

Andrés Caicedo es sin dudas el Kurt Cobain de la literatura latinoamericana. Y “El cuento de mi vida” es la función privada de su vida, editada post mortem del autor. Redactada en primera persona, la obra delata sin filtro las procesiones internas del escritor que atormentaban y motivaban la psiquis del cineasta colombiano.

Caicedo nació en Cali el 29 de septiembre de 1951 y se suicidó el 4 de marzo de 1977, dejó un cadáver joven y algunas secciones estampadas en sus cuadernos personales, que junto a dos cartas privadas –uno a su novia y otra a un amigo- fueron publicadas en esta edición, que agrupa –además- fotos privadas de Andrés.

Denominado por algunos críticos como el creador de la literatura urbana de su país, los escritos de Caicedo exteriorizan la combustión de sentimientos, estados, y sensaciones que recorren distintas etapas de su vida en diferentes instancias y contextos, ya sea en su viaje a Los Ángeles para vender el guión de un largometraje, como así también, sus días en la quinta que su familia tenía en la ciudad de Cauca, mas precisamente en Silvia.

Da la impresión que tras leer “El cuento de mi vida” el que escribe no es Andrés, si no su conciencia junto a su cuerpo. Un escritor border, sin dudas, continuamente regido por las esferas de sus pulsiones. No en vano, Sandro Romero Rey –periodista y escritor colombiano- escribió en la contratapa de libro: “¿y esto cómo se lee?” cuando el texto le llegó a su correo.

El libro desnuda también esa incómoda existencia del orden de las cosas que Caicedo soportaba en días de extrema depresión y algunos análisis internos que el escritor solía realizar en determinadas lejanías geográficas a su entorno, como el extracto que habla de la relación con sus padres: “ahora no soy más un niño. Soy una cosa grande con la misma necesidad y peor debilidad. Pero ya no tendré más el cuidado de mi madre, ya una parte de mí, mi razón, mi cordura, se oponen a ella. Por eso es que me ataca esta nostalgia de un estado imposible: desear no haber crecido nunca y haberla seguido viendo sólo como la persona que me cuidaba y me daba la única compañía que me servía”.

Sumergirse en el libro es entrar en el mundo de esa conciencia suicida y recorrer los bordes de alguien que parece estar en continuo coqueteo con la muerte, pero que además, escribe para contarlo. Un esteta de la transmisión de los presentes que presagian futuro de autodestrucción. De alguien que, en palabras del propio Caicedo, ha crecido “tan duro y tan malo y con tantas cucarachas en la cabeza”. Amén.

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