martes, 2 de marzo de 2010

DAKAR BOLIVIANO


Ponele que estas en esa línea amorfa que le indica a la geografía que -por capricho o por guerra- de acá para allá empieza un país y de allá para acá termina otro. Estas llenando los papeles de la aduana, y como quien no quiere la cosa, te enteras que el tren que ibas a tomar no sale porque se cayó el puente madre que unía tal lado con otro lado.

Entonces, parado en ese punto exacto donde te envuelve el viento del murmullo con el documentito en la mano, escuchas a la gente disparar hipótesis apocalípticas seguidas de conclusiones demoledoras. Dicen que “no puede ser”, “que este país es un desastre”. Dicen “bolivianos de mierda”. Le echan la culpa a seres metafísicos. Y entre esa vorágine vos parás la pelota, ejerces la contracultura de la teoría: la praxis y tiras: “Ya fue, me voy en bondi”.

Así que ahí estas: subido a los hombros de Marx para los celos de Engels. Con la botellita de agua en la mano y con un tal Román Uldorico que putea al flaco que acomoda las maletas porque las tira a las que te criaste. Que pagó 300 pesos y encima ahora, dice, tiene que pagar otros dos más por el derecho a terminal. Me mira y busca complicidad. Busca que me sume a su reclamo. Pero ya es tarde, yo ahora lo estoy viendo revolear sus brazos desde arriba de este bondi, que no late, tiembla. Que no arrancó aún y ya colapsó su capacidad.

Es de noche. Una noche lúgubre que amenaza con ser eterna. Refusila jodido. Tanto que los destellos sirven para alumbrar una carretera que no tiene luces. Hay cholas que se amontonan al fondo como los chicos problemáticos del colegio. Bebés en brazos que lloran. Niños caminando que venden golosinas. Grandes que comercializan pollo frito. Niñas que ofrecen jugos de colores raros en bolsas, con una bombilla que emerge hacia el nudo. Todo dentro de esta cafetera.

La tierra se cuela entre las ventanas mal selladas. Hace calor. Hay gente en los pasillos. Tres personas discuten por un mismo asiento: el 24. Está vendido tres veces. Gritan mientras otros quieren dormir. Otros duermen para no llorar. Algunos combaten el excedente acostándose sobre sus mochilas en el piso. Un turista me confiesa que tiene ganas de hacer pis. Le digo que no hay baño, que en apariencia el micro va a frenar dos veces en pueblos a mitad del camino para que la gente haga sus necesidades.

Al fondo, un celular escupe la misma cumbia monocorde sin respirar. Termina el track y vuelve a empezar. Está en el infinito Kafkiano, como esas piñas que recibe un boxeador contra las cuerdas. Uldorico te mira dos asientos más atrás en busca de una respuesta. El olor a pollo frito junto al de gasoil se juntan haciendo un piquete a mitad del pasillo. A tu derecha, un viejo ronca probando los motores de su pulmón. El micro baila reggae. Alguien fuma para pasar los nervios, otros tosen para pasar el asma. Tres pibes hacen chistes en quechua y cada tanto te clavan los ojos.

En esa guerra de posiciones transcurrís la primera hora de viaje. Desde el frente se escuchan gritos. Tres mujeres dicen que el chofer está borracho. “Que hay momentos para tomar y otros no, y que este –valga la redundancia- no es uno de ellos”. Te acercas a ver. El tipo balbucea un punk rock y le rapea un speach contra los dedos que lo acusan. Está definitivamente borracho. El acompañante se pone violento. “Fenómeno, decís, vamos dentro de un samba haciendo zigzag y el único tipo que sabe como llegar le vendió el alma al tetra brik”.

Sos el hámster con paranoia de este laboratorio que se morfa los kilómetros con una paciencia de costurera. Te preguntas ¿Cuándo aparece Bruce Willis?, ¿por qué Laiseca te eligió a vos? Soñas con llegar. Los asientos no se reclinan. Te acordas de tu familia, de tus amigos, de lo lejos que estas de todo. Te acordas del diario que esta mañana anunció en su tapa con bombos y platillos que el desbarranco de un micro se llevó la vida de ocho turistas. Te imaginas tu cuerpo en unas horas, gateando dentro de este tetris de personas.

Seguís en el túnel de la nada. Los refusilos le ponen fichas a tu conciencia suicida. Hay mujeres con pannick atack. Hay un malestar generalizado. No se ve nada, ni dentro ni fuera del micro. La tierra se cuela por la ventana. Ahora llueve. Vamos hacia la dimensión desconocida. El celular de la cumbia Kafkiana te da masa hasta dejarte grogui. Uldorico te mira con cara de circunstancia, cuando te das vuelta. Dice “esto no puede ser”. Los pibes se ríen de tu cara. Un hombre ronca su vida. Dos bebes lloran. Tu butaca no se reclina. El chofer está ebrio. El micro surfea los límites del precipicio. No hay baño. No hay aire. No hay futuro después de este bondi. En esa liturgia estas flotando cuando sentís que alguien te toca el hombro y al darte vuelta, la voz con acento altiplanense de Uldorico codeándose para salir entre restos de pollo frito, te bate:

- Hey amigo, usted puede creer, me dijeron que iban a pasar una película de Jackie Chan en el viaje y ni televisor tiene esto.

Vos lo miras atónito y por dentro decís: “Thanks god, for made me latinoamericano”.

2 comentarios:

ID dijo...

"Así que ahí estas: subido a los hombros de Marx para los celos de Engels"...jeje---sos un hijo de puta!!!

Excelente.

Posdata: Pregunto sobre Uldorico: ¿Es PRO? o ¿Un suedoantropólogo con el acento finito?
Me parece que es un Alemán que eligió su propia aventura...

Posdata bis: Saludos al autor, háganle mención de que yo soy amigo de un amigo de él...

Juan Lebowski dijo...

"¿Cuándo aparece Bruce Willis?, ¿por qué Laiseca te eligió a vos? "

Genial la descripción de esos viajes.... En mi caso sirvió para darme cuenta que aún no he tomado real consciencia de la muerte, que no le temo, que sigo siendo un gran inmaduro. Muy parecido a lo que fue mi bondi Villazón-Potosí, con el agregado de una dupla de rateros Paceños cuyos métodos (100% ineficaces) para apoderarse ilegitimamente de la propiedad ajena eran dignos de una peli de los "3 Chiflados".