viernes, 12 de marzo de 2010

NADA DE OTRO MUNDO

La primera vez que pasó, me dijiste que no me asustara. Que por el barrio era frecuente ese tipo de temblores. Recuerdo con precisión taxidermista que ese día habíamos discutido. De lo que no estoy seguro es a causa de qué, aunque supongo que te molestó mi manía de cambiar de planes a último momento. Vos siempre odiaste eso.

Lo cierto es que en un momento dado te tapaste la cara con las dos manos y todo empezó a temblar. Hubo ruidos de platos rotos que llegaban desde la cocina y cedió el armazón que sostenía la tv sobre la mesita ratona. Fueron alrededor de veinte segundos fatales donde la casa se convirtió en un samba. Después volvió la calma, y con ella, el pasillo del segundo piso se vio invadido por vecinas con ruleros y en camisones, que estrellaban su verborragia contra el panic attack.

Te ayudé a ordenar. Luego, abriste la puerta para tirar los restos de vidrios en el tacho comunitario y yo escuché a la plebe gritar -mientras te miraban fijo- algunas consideraciones intempestivas. Puertas adentro, me confesaste que estabas harta del ecosistema que reinaba en el edificio. Recuerdo que por haber sido esa la primera discusión, dijimos que no iba a volver a pasar y nos perdimos hasta la madrugada entre miradas y silencios, que se fundían con la paciencia de tus dedos cruzando hilo encerado hasta dejarlo tenso. Las artesanías siempre fueron tu tai chi.

El diario del otro día completó el panorama: quince muertos y algunos heridos, más una serie de réplicas en el conurbano bonaerense que ocasionaron algunos destrozos, entre los cuales, se destacó el descarrilamiento del Roca cerca de la estación de Temperley. Nada de otro mundo, dijiste, mientras untabas esa tostada con mermelada de tomate.

Los días que siguieron al primer temblor, transcurrieron entre calmos y expectantes. A veces, estabas un poco irritable por cosas insignificantes, como aquel día en el video club cerca de casa, cuando no coincidimos sobre la película a alquilar y todo empezó a venirse abajo. El estante de “acción” se inclinó sobre las filas de “drama” y formaron un nuevo género desparramadas en el medio del hall del Blockbuster. Y de allí, entre gritos y estallidos de vidrios emergiste vos, como si nada hubiera pasado, con una de Ezequiel Acuña en la mano que sacaste del muestrario de “nacionales”. Yo te miré atónito, mientras ayudaba a un empleado que se había cortado la cara y sangraba a la altura de la nariz.

Vuelta a casa, hice un par de comentarios sobre los terremotos que acosaban a Buenos Aires y sobre la posible influencia del efecto invernadero en este tipo de manifestaciones. Vos minimizaste la cuestión alegando que “hoy por hoy, cualquier cosa genera un movimiento de las placas tectónicas”. No es nada de otro mundo, concluiste.

Ahora que lo pienso bien, Sofía, y analizo el pasado desde mi almohada, siempre me llamó la atención la forma en que tomabas las catástrofes naturales. Nada parecía conmoverte, ni aquel tsunami que se chupó miles de vidas al borde del océano Índico a fines del 2004, ni el terremoto que devastó Haití a mediados de enero. Lejos de eso, aquellas tragedias despertaban en vos una sonrisa angelical. Cuando ocurrían, por lo general, pasabas todo el día viendo informes especiales en noticieros amarillos. Te divertían las conclusiones a las que arribaban periodistas inexpertos y llorabas de risa con las teorías sobre el fin del mundo que empezaban a cobrar fuerza.

Se podría decir que fue una constante eso de los terremotos y las peleas. Cada vez que discutíamos, la tierra se quejaba y todo sucedía en el siguiente orden: tu rostro tornándose rojizo, las manos en la cara, los platos cayendo en picada, los gritos de los vecinos, las alarmas de los autos que se encendían, los ladridos de los perros, y al otro día, la dialéctica estéril de los medios que hacían leña del árbol caído. En fin, nada de otro mundo.

La gota que rebalsó el vaso de nuestra relación sucedió en mi departamento de Balvanera. Nunca debiste revisar mi celular. Yo estaba en el baño y de repente todo empezó a temblar. Del resto no recuerdo nada. Lo que voy reconstruyendo me lo contaron mis amigos, algunos vecinos que se acercaron hasta el Ramos Mejía y sobre todo los diarios. Hablaban de un sismo de casi 9 puntos en la escala de Ritcher que se volteó al barrio entero.

No todo cambió mucho desde la última vez que te vi. Para el gobierno de la ciudad, Once dejó de ser un barrio marginal, para pasar a ser “zona de emergencia”. Cada tanto, funcionarios políticos recorren los barrios y declaran frente a las cámaras de tv que están preocupados por la ola de terremotos. No obstante, hace mucho que no hay un sacudón como los de aquella época.

Imagino que estarás muy metida en eso de las artesanías. Si mi memoria no falla, tenías ganas de recorrer el norte o algún país vecino vendiendo tus pulseras de hilo encerado. Por mi parte, dejé Balvanera para mudarme a Colegiales. No fueron los movimientos sísmicos los que me corrieron de zona, fue un trabajo que pegué hace casi dos años. Por cierto, Sofía, te copié el antojo de la mermelada de tomate. Con respecto a lo nuestro, supongo que está bien que cada cual siga con su vida sin pensar en la del otro. Después de todo, la rutina nos había devorado antes del primer año. Lo único que cambiaría fue la forma en que nos despedimos. En mi opinión, fue muy abrupta y cada tanto, eso hace que te guarde cierto rencor. No obstante, verás, hoy me levanté con una melancolía retro. Debe ser porque anoche soñé con vos, y ahora, mientras desayuno una de tus costumbres con tostadas, me pregunto por qué no supe más nada de tu vida, por qué fui tan pasivo o dónde carajo estarás en este momento.

Afuera, plaza Miserere se despereza con gente que la atraviesa para cumplir sus rutinas, y en la tele, Chile acapara la atención. Un terremoto fue el pac-man sudaca que se tragó más de 700 vidas. Supuse que todavía seguías enojada.

Nada de otro mundo, pensé, y cambié de canal.

1 comentario:

SO dijo...

Excelente!!!

Siempre supuse que las Sofías somos de caracter fuerte!!

Abrazos!

·SO·