sábado, 15 de mayo de 2010

FÓBAL


Si no la hubiera agarrado de sobrepique, no me estaría comiendo el sermón de Felisa y los malbones en fila india, no hubieran sido más que testigos de otro de mis golazos que se clavan junto al primer palo del limonero.

Pero no fue así, y por eso ahora estoy con la rodillas clavadas en la tierra fértil, acomodando uno de los tantos tronquitos que el fóbal hizo juntar cerca del aloe vera que asoma detrás de las cañitas que sostienen esta fábrica de polen.

Y estornudo.

Y mi abuela se ríe.

Y la pelota silba porque una espina se metió entre las costuras de dos gajos de cuero y la hace lentamente perder su redondez.

Mi hermano presiente el genocidio de otro balón. Lo sé porque volvió a abrir el mosquitero de la puerta con la misma rapidez que lo hizo la última vez que le pinché la Tango, no por un aloe, sino por una rosa que fue la mejor de las barreras el día que la cambié de palo y la quise poner contra el tilo.

Pero hoy no fue una mala decisión lo que hizo que nos quedáramos sin pelota. Hoy fue la ansiedad, el no poder tomarme ese segundo de más para enganchar y dejar que el nieto de Beba pase de largo.

Eso y la puta tosudez de mi abuela que no se resigna a levantar este jardín de mierda y poner un campito para los pibes.

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