viernes, 6 de febrero de 2009

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL CEL




La persona que tiene un celular es un imbecil hasta que demuestre lo contrario. Con esta frase, Fabián Casas enfrasca su recazo contra la tecnología luego de tener la experiencia de pasar por el Personal Fest. El escritor de Boedo mastica la bronca y la apelmaza con dos ensayos –Odio contra la maquina I y Odio contra la maquina II- de su último libro titulado “Ensayos Bonsái”.

Casas traza un paralelismo entre el mingitorio de Duchamp, como el objeto fetiche que resignificó el arte del siglo XX y el aparato celular como la “muestra cabal, la materialización más notable, de la estupidez humana”. En este sentido, el escritor prosigue diciendo que “estar conectado, vivir sin riesgos, imaginarse el mundo como un lugar claro y racional donde queremos habitar, es la distopía que propulsa a las propagandas de telefonía celular”.

Corriendo un poco el eje, el sociólogo polaco, Zygmunt Bauman en su libro “El amor líquido” analiza los tiempos que corren y la forma en que la sociedad trata de amoldarse en ellos. Bauman caracteriza a la actualidad como en constante cambio y a la sociedad actual de “liquida” y propensa a no sostener nada que no sea descartable.

El autor, también traza otro paralelismos, -tan interesante como Casas- pero apelando a la ficción. En efecto, -en su prólogo- recurre al escritor Italo Calvino y mas precisamente a su libro “Las ciudades invisibles” para ejemplificar a los habitantes de Leonia, con el estado actual de los seres humanos que respiramos dentro de este ecosistema: “preocupados por una cosa mientras hablamos de otra”. Bauman propone que el término “relaciones con compromiso” fue sustituido por el término “conectarse” que lleva implícito la exclusión de la obligación que vendría a ser el cuco de estos tiempos. Dicho en palabras del propio Bauman “las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad”.

Ahora que miro de reojo en una revista una escandalosa propaganda de un nuevo modelo de Nokia, creo que es el momento justo de hablar de la sobrecarga de información y la saturación de conexiones que promueven el cáncer de neuronas, ante la atenta mirada de una resaca delimitada de lingüistas que no se horrorizan por la decadencia del lenguaje en la actualidad.

Estamos inmersos en el estereotipo del nunca jamás. La perfección nunca fue tan inalcanzable como lo es ahora. Son tiempos de radiación extra large y de multiplicidad de conexiones. Nos conocemos a través del mensaje de texto, del Messenger, del fotolog. Son tiempos de Facebook, de blog (culpable), de Floggers, de Emos, de abreviar palabras porque hay que ahorrar tiempo para decir otra cosa sin sentido alguno pero hacia otra dirección.

Somos cómplices de lo que tanto temimos, de la insoportable levedad del cel. Depender del celular se ha vuelto un acto tan natural como respirar. A McLuhan el tiro le salió por la culata, la aldea global que vaticinó junto a la utilización del progreso tecnológico como extensiones de nuestro cuerpo biológico que van a desarrollar la vida social en un “tercer entorno”, no es otra cosa que escupir en contra del viento.

Estamos pendientes del celular para saber la hora, para saber si alguien se acordó de nosotros o para cargar crédito el día que nuestra compañía de telefonía nos aconseja hacerlo, porque hasta eso han logrado, manipular indirectamente nuestro bolsillo. Para comprobarlo, sólo basta remontarnos cuatro años atrás, cuando estas maquinas eran sapo de otro pozo y se podía respirar igual.

Ahora sin el celular nos falta una parte del cuerpo, nos falta el despertador, la agenda, el recordatorio de que fulano cumple años tal día -cosa que detesto, porque uno se tiene que acordar de los cumpleaños por el afecto que se le tiene a tal o cual persona y no porque un aparato me dice que tengo que hacerlo- y lo que es peor, ya no alcanza con tener un equipo, sino que la vorágine consumista nos ha hecho creer que es necesario tener el ultimo de esos equipos, con GPS, MP3 y memoria expandible, caso contrario se deshonra a Dios.

Lo que antes era un beneficio: estar comunicados, hoy oculta una contrapropaganda inversamente proporcional en términos de letalidad. Bauman lo puede explicar mejor “El lugar donde uno esté, lo que esté haciendo y la gente que lo rodee es irrelevante”. Así es, las distancias se han achicado pero hemos alejado la experiencia de estar verdaderamente conectados entre nosotros, de mirarnos a los ojos y saber que nos pasa.

Para ser mas gráficos retomemos a Casas y un ejemplo bastante particular que el escritor desentrama: “Estas tratando de meter el bocadillo letal para enamorar a la chica que te gusta y le suena el celular. Es el ex novio, desde Zambia, ¡que se puede comunicar!

O tal vez -¿porque no?- Chris Moss, opinando dentro del libro “Multitudes inteligentes” de Howard Rheingold, que a través de los SMS y la red “la introspección es reemplazada por una interacción frenética y frívola que expone nuestros secretos más profundos al lado de nuestra lista de compras” con lo cual hay algo que es sumamente mas problemático, y es que hemos banalizado las cosas que antes eran sentimentalmente importantes y especiales de decir.

Pero como toda tragicomedia tiene su absurdo exagerado, voy a remitirme a experiencias propias en el tema. El otro día consumía televisión y un aviso comercial asalto mi perplejidad. Decía así: “Manda cornudo al 1100 y enterate si tu pareja te engaña” luego de quince minutos otro anuncio me aconsejaba que si quería ser el alma de las fiestas debía mandar “chiste” al mismo número. En fin: ¿qué nos está pasando?

Y apropósito, esto de pensar en fiestas, me trajo a colación algo que Casas también dijo en uno de sus ensayos: “Sobre el fin del milenio, las personas que tienen aseguradas casa, comida, entradas al cine, ropa y discos viven hostigadas por la idea de que hay una fiesta, una gran fiesta, pero que está siempre sucediendo en otro lado. Les tengo malas noticias, amigos: la fiesta no está en ningún lado”.

Personalmente, creo también que la invención del celular vino a contribuir el balazo a la sien de las relaciones sentimentales en el siglo XXI, pero que a la vez es el hermano menor que la tecnología nos puso al alcance de la mano para cargar las culpas sobre sus espaldas. No hay objeción para cuando alguien te dice “Te mande un mensaje. ¿No te llegó?” Tampoco las hay para cuando nos dicen que tu mensaje llegó tarde.

Entonces ahí voy, a ver si le puedo sacar el número de celular a esa morocha, así después le escribo y si con suerte me responde y le firmo su fotolog, quizás ahí, me acepte como su amigo en Facebook y podamos llevar a delante una relación virtual. De ponerla ni hablemos. O mejor hablemos por Chat, total se lo digo y no doy la cara y así es más liviano y si se ofende le pongo que yo no le escribía, que fue un amigo que estaba de paso en casa y se me metió en el MSN, que es algo así como decir que lo que hice la noche anterior fue porque estaba borracho y de esa forma puedo eximir mi culpa y ser inimputable por la divina gracia de Dios. Que fácil es todo. He aquí el crimen perfecto. Que lindo llevarlo a cabo, pero que nunca me entere que me lo hagan porque ahí si que me voy a enojar mucho y voy a ser la peor de las víctimas y voy a jurar venganza por sobre todas las cosas. Amen.

Una ultima cosa que por no se qué capricho del causa-efecto me llevo a tener otra observación: ¿Se han dado cuenta que desde que se ha puesto de moda mandar mensajes, cada vez más la gente se choca en las calles y tiende a cruzar en rojo?

Creo que tarde o temprano al igual que Sherlock Holmes, caeremos en la cuenta de que la realidad es más compleja que la ficción y que Bauman no estaba tan desacertado cuando nos comparó con los ciudadanos de la Leonia de Calvino: preocupados por una cosa mientras hablamos de otra, conectados, inmersos en la superficialidad del ringtone, mientras la vida nos pasa por delante de los ojos.

Por mi parte, voy a volver al principio y ser tan -o más- prejuiciosos que Casas. Coincido: toda aquella persona que tiene un celular es un imbécil hasta que demuestre lo contrario. Ahora los dejo, porque algo me esta sonando en el bolsillo de mi pantalón.

Estamos enfermos, perdónennos, perdónennos.

3 comentarios:

Vanina dijo...

Genial!!! es tan pero tan acertada tu descripción... y lo que más me gustó: pensar en algo mientras hablamos de otra cosa... es así en esta vida llena de mensajes cortados y mal escritos, entre absurdas melodías que te atacan por la espalda a cualquier hora y lugar...entre miles y miles de sujetos viajando en micro, caminando, recorriendo distancias viendo sin mirar, con unos aparatos pegados a sus orejas.. coincido con vos, y justo hoy que el aparato maléfico me hace sonar que debo saludar a mi amiga de hace 12 años por su cumpleaños... besotes, nos leemos...

Anónimo dijo...

Demasiado bueno para mí.
Exitos!

Anónimo dijo...

Me pongo de pie y aplaudo!!
Lamentablemente estas en lo cierto...



...de todas maneras reivindico al "aparatito sonoro". No me juzguen: Cena. Solos. Suena un celular, el de El. Hola preciosa, dice. Palida, yo. Luego: Cuidate vos abuela!!....inolvidable-GRACIAS CELULAR POR TANTA TERNURA!!-

Besos!!... y que estes muy, muy bien.-